domingo, 3 de abril de 2022

Sara Montiel… En un lugar de la Mancha (1ª parte)

 


La manchega universal, el rostro más bello que jamás retrató nuestro cine, Sara es en rigor todo un mito del mundo del espectáculo. Desde su sensacional irrupción con “El último cuplé” (1957) hasta hoy, la máscara del personaje sigue fascinando y dando que hablar tanto a defensores como detractores. Llegó para encender la pantalla en una época en el cine español estaba necesitando urgentemente de “fuego”, y la carnalidad y el paladar de la Montiel mantuvieron esa llama viva durante casi dos décadas. Aunque sin duda su éxito responde a unas necesidades muy concretas, el carisma y la estatura de la estrella hicieron que perdurase más allá del fenómeno inicial. Fue una personalidad tan seductora que se impuso a cualquier consideración interpretativa, y estuvo muy por encima de los repetitivos y mediocres argumentos de sus películas. Desde los tiempos de la gran Imperio Argentina, ninguna otra artista había constituido una inversión tan segura para los productores y discográficas, ningún otro nombre había traspasado fronteras estableciéndose en mercados tan escépticos a nuestro cine como Francia, la antigua Yugoslavia o la Unión Soviética, donde las películas de la Saritísima eran canjeadas por madera y petróleo. Fue un nombre que se convirtió en leyenda, una leyenda que nació para perpetuarse y permanecer en la memoria y la historia del cine, a pesar de sus excesos y la irregular calidad de su filmografía.


María Antonia Abad Fernández nace en Campo de Criptana (Ciudad Real) el 10 de Marzo de 1928, hija de una humilde familia de gañanes. A pesar de la pobreza que rodea su infancia, o quizás como consecuencia de ello, sueña con el brillo del mundo del espectáculo desde muy niña, teniendo como principales aficiones cantar y actuar. Con muy pocos años se traslada con su familia a Orihuela (Alicante). Allí es descubierta a la edad de trece años por el matrimonio Ezcurra, mientras canta una saeta al Cristo del gran poder. Los Ezcurra eran una acomodada familia valenciana muy ligados a Vicente Casanova, propietario de la productora cinematográfica Cifesa, y enterados de las inquietudes de la niña por convertirse en artista piden permiso a sus padres para llevarla con ellos y educarla para tal fin.


En 1942, un año después de su marcha a Valencia con los Ezcurra, gana un concurso convocado por Cifesa en la madrileña Casa de Campo para descubrir nuevos talentos, cantando “La morena de mi copla”. El premio consistía en 500 pesetas y una prueba cinematográfica para la película “Deliciosamente tontos” (1943), protagonizada por Amparo Rivelles y Alfredo Mayo, que no resultó satisfactoria. Consiguió debutar ante las cámaras dos años más tarde con un breve papel en “Te quiero para mí” (1944) de Ladislao Vajda, en el que aparecía acreditada como María Alejandra y donde daba vida a la amiga y confidente de la protagonista, Isabel de Pomés, en el internado de señoritas en el que cursaban sus estudios. A estancias de su representante Enrique Herreros, cambia su nombre por el definitivo de Sara Montiel, y como tal aparece en “Empezó en boda” (1944) , una comedia de Rafaello Matarazzo que protagoniza con Fernando Fernán Gómez, con quién también rodaría su siguiente título “Se le fue el novio” (1945), a la que seguirían “El misterioso viajero del Clipper” (1945), “Bambú” (1945) y la comedia deportiva “Por el gran premio” (1946). En todos ellos desempeñaba un personaje de adolescente rubia y pizpireta, algo cursi y con una fino instinto para la comedia ligera que lamentablemente abandonaría más tarde por el melodrama.


En 1947 realiza una prueba junto a Jorge Mistral para los personajes principales de la película “Mariona Rebull” de José Luis Sáenz de Heredia, que finalmente acaban interpretando Blanca de Silos y José Mª Seoane. Sara ha de conformarse con el breve papel de la cupletista “LuLa”, que no obstante le aporta el premio a la mejor actriz secundaria en el primer Certamen Cinematográfico Hispanoamericano y le brinda la oportunidad de cantar su primer cuplé ante las cámaras. Tras el excelente film de Sáenz de Heredia, vendrían diversas colaboraciones de escasa importancia en otros tantos títulos, destacando su intervención en el “Don Quijote de la Mancha” (1947) de Rafael Gil, donde interpretaba a la sobrina del hidalgo y “La mies es mucha” (1948), otro Sáenz de Heredia esta vez en clave misionera, donde aparecía bellísima en un papel de indígena pagana que acaba por convertirse al catolicismo, como consecuencia de la bondad y la fuerza evangelizadora del padre Fernando Fernán Gómez.


Su por entonces pareja, Miguel Mihura, escribe para ella el papel principal de la película “Confidencia” (1947) dirigida por su hermano Jerónimo Mihura, en el que su intervención comienza a llamar la atención de la crítica. Sin embargo, su primera oportunidad importante vendría de la mano de Juan de Orduña, el director que la consagraría una década más tarde, con el personaje de la princesa Aldara en el taquillazo “Locura de amor” (1948). Vestida de mora ardiente, aparte de enamorar perdidamente a un Fernando Rey disfrazado de Felipe el Hermoso y contribuir de este modo a la locura de la reina Juana, Sara comienza a apuntar su poderoso magnetismo y sensacional fotogenia ante la cámara, que hacían atisbar su potencial estelar. El éxito clamoroso de la película convierte a su protagonista, Aurora Bautista, en estrella indiscutible del momento y alcanza a todos cuantos en ella participan. No obstante Sara no puede asistir al estreno debido a una grave afección pulmonar que la recluye en el Hospital de San Rafael durante más de un año. Regresa al cine con un corto papel en el segundo bombazo consecutivo de Orduña y la Bautista, la película inspirada en la novela del Padre Coloma “Pequeñeces” (1949), haciéndose cargo del rol de la cortesana francesa “Monique”, colaboración insignificante perdida en cerca de dos horas de metraje en las que la Bautista reina por derecho propio. A continuación llegarían, “El capitán Veneno” (1950), una comedia de salón, basada en la novela de Pedro Antonio Alarcón, con Fernando Fernán Gómez y “Aquel hombre de Tánger” (1950), una coproducción con Estados Unidos en la que interpretaba un exótico papel de marroquí, muy al estilo de los de Yvonne de Carlo en el ciclo Oriental de la Universal… Continuará




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