jueves, 7 de abril de 2022

“La Violetera” (1958) Luis César Amadori

 

“La Violetera” fue el filme que consolidó definitivamente la imagen de Sara Montiel como la gran estrella española de su tiempo, sentando las bases del mito y de su personalidad cinematográfica. Esta producción de Benito Perojo estaba planteada inicialmente como un vehículo para Carmen Sevilla, quién ya había leído el guion y comenzado a ensayar algunas escenas. Pero Perojo viendo el ensordecedor éxito de la Montiel con “El último cuplé” (1957) dirigida por Juan de Orduña, reemplazó a la artista sevillana por ésta, con gran disgusto de Carmen que cedía de este modo el primer puesto como la actriz más popular de la pantalla española hasta ese momento. Por su parte Sara había rechazado embarcarse en un nuevo proyecto junto a Orduña ambientado en la época goyesca titulado “La Tirana” (1958), que sería protagonizado por Paquita Rico y resultaría un fracaso en la taquilla. La artista manchega vio, con buen criterio, este filme nostálgico con el leitmotiv del célebre cuplé de Padilla y Montesinos como telón de fondo, como la continuación lógica de su anterior éxito y a tenor del resultado no se equivocó.


Sobre un guion original de Jesús María Arozamena, que también había firmado “El último cuplé”, Manuel Villegas y André Tabet, la película cuenta los amores de Soledad (Sara Montiel), una humilde florista, con un aristócrata (Raf Vallone) en el Madrid de principios del siglo XX. Ambos se conocen casualmente la nochevieja que da paso al nuevo siglo, quedando inmediatamente prendados uno del otro. Sin embargo la diferencia de clases unida a una serie de desdichados sucesos hace poco menos que imposible su apasionado amor, por lo que Soledad huye con Henri Garnal (Frank Villard) un empresario de variedades a Paris donde triunfa como cantante, mientras que Fernando se casa con Magdalena (Ana Mariscal), una dama de la alta sociedad con quién su familia le había prometido hace tiempo. Soledad regresa temporalmente a Madrid para presentar su espectáculo y el reencuentro con Fernando revela el profundo amor sigue latente entre ellos, pero ella le rechaza aludiendo que sus vidas han tomado derroteros difíciles de unir. La artista viaja con su empresario a América para presentarse en Nueva York, pero su travesía en el Titanic se ve interrumpida por el célebre hundimiento del transatlántico. Henri muere y Soledad pierde la voz a consecuencia del frio y el trauma del accidente, por lo que ante la falta de contratos y oportunidades regresa de nuevo al humilde local madrileño donde debutó como artista y en el que conoció a Fernando. Por su parte éste ha regresado al tiempo a Madrid, viudo y enterado de la presencia de Soledad visita el salón Bolero con el objetivo de volver a verla. Al encontrarse cara a cara de nuevo con su antiguo amor, la artista recobra el aliento de vivir recuperando la voz en plena actuación en la que tenía previsto hacer playback. Ambos se unen en un apasionado beso en el entorno de un nuevo año, cerrando así un ciclo y abriendo otro nuevo en el que les espera una vida juntos.

Al contrario que ocurriría con “El último cuplé” (1957) esta película nacería con un espíritu de gran superproducción, por lo que el derroche de medios técnicos y artísticos es evidente desde su arranque. Todo el mundo estaba esperando el siguiente vehículo de la estrella manchega, cuyo trabajo estaba triunfando en medio mundo, por lo que Perojo plantea la película en coproducción con Francia e Italia, incluyendo el concurso de distintas estrellas de estas cinematografías con el fin de garantizar la carrera internacional del filme. La protagonista cobraría un sonado millón de dólares por su participación, unos 28 millones de la época, una cifra que indica de por sí la confianza que se tenía en el éxito del proyecto. De este modo Sara Montiel y sus cuplés son el eje absoluto de una trama inteligentemente guiada por el argentino Luis César Amadori, en su primera película en nuestro país, que supo entender perfectamente la personalidad de la estrella plegando el filme a sus necesidades y lucimiento, sentando muchos de los clichés característicos de su posterior carrera, presentes ya de algún modo en el filme de su revelación a las órdenes de Orduña. Entre ellos la batería de primerísimos planos resaltando la fotogenia de la estrella, la antología de canciones famosas apostillando las distintas situaciones y sentimientos de la historia, la plasmación de un personaje mezcla de picardía e inocencia, la transformación de la muchacha humilde en glamourosa estrella de la canción, las relaciones sentimentales a tres bandas…

Acompañando a la estrella nos encontramos al italiano Raf Vallone y al francés Frank Villard en los papeles del aristocrático Fernando, el eterno amor de la protagonista y Henri, el empresario que prendado de ella la convierte en estrella y acompaña de forma incondicional su fulgurante ascenso a la fama, como haría Armando Calvo como el representante Juan Contreras de “El último cuplé”. Vallone, prototipo del galán viril en estos años, venía de rodar en nuestro país junto a Carmen Sevilla “La venganza” (1957), un filme de Juan Antonio Bardem de profundos tintes políticos del que el actor se sentía tremendamente satisfecho, de manera que para él la película de Amadori era un proyecto de interés menor. Sin embargo la química con la Montiel en el filme es magnífica, así como el partido que el actor saca a su personaje, a pesar de que a sus 42 años resultaba un tanto mayor para interpretar al jovencito alocado de la primera parte de la historia. Lo cierto, es que el actor obtendría una gran proyección con esta película siendo recibido a los acordes de “La violetera” en muchos locales a los que acudiera en el futuro. Frank Villard ofrece una interpretación fría y cerebral mientras forja el talento de la estrella, a la que va añadiendo emotividad a medida que se enamora y permanece a su lado centrando su vida en ella, realizando una interesante progresión con su personaje. La siempre excelente Ana Mariscal sería la Condesa Magdalena, compitiendo con la protagonista por el amor del galán, lo provoca algunas de las escenas de enfrentamiento típicas del cine de la Montiel y que se repetirían a lo largo de varios títulos casi con idéntico esquema argumental como parte del personaje cinematográfico de la estrella manchega. Curiosamente al ser rodada en régimen de coproducción Ana Mariscal participaba como representación sindical española en el elenco protagonista, ya que por entonces Sara Montiel era mexicana, nacionalidad que la artista la había solicitado durante su larga estancia en este país. La propia actriz relataba esta anécdota a Fernando Méndez Leite en el programa “La noche del Cine Español” (1984) dedicado a su carrera, comentando además que cobraría por su participación en la cinta casi el mismo salario que la estrella, principal motivo por el cual se decidió a realizar la película a pesar de tener un rol menos destacado. Tomás Blanco como el hermano mayor de Raf Vallone, Pastor Serrador como el íntimo amigo y confidente de éste y una fantástica Tony Soler, componiendo el personaje más castizo y el único de acento cómico de la película, como la cupletista de medio pelo que es casi una hermana de la protagonista, completan el elenco principal.

La banda sonora es sin duda uno de los puntos principales del filme y como tal se cuidó al máximo la selección de temas intentando adaptarlos al argumento, apostillando por lo general los sentimientos y situaciones vividas por los personajes. El álbum con las canciones de la película se editó, con portadas exclusivas para distintos países, en medio mundo con un enorme éxito. Con el célebre cuplé del maestro Padilla a la cabeza, que es interpretado en dos ocasiones a lo largo del metraje, nos encontramos con otros cantables no menos conocidos que en la voz de la Montiel cobrarían una nueva dimensión poniéndose de nuevo de moda e incluso asociándose de forma popular a su persona a partir de entonces, a pesar de que todos ellos habían sido estrenados tres décadas antes por artistas de renombre y que hicieron espetar airadamente a la antigua “reina del cuplé”, Raquel Meller, la famosa frase: “Además de imitarme y cantar mis canciones, Sara Montiel tiene voz de sereno”, aludiendo al tono grave y espeso con que la artista abordaba la interpretación del género. Sara interpreta once de los catorce temas presentes en la banda sonora entre los que se encuentran “El Polichinela”, “Rosa de Madrid”, “Mimosa”, “Es mi hombre”, Agua que no has de beber” o “Mala entraña”. Los otros temas de la cinta son interpretados con irresistible gracejo por Tony Soler y Blanquita Suárez, que fue una de las estrellas del género en los años veinte del pasado siglo. Como curiosidad cabe comentar que una de las canciones, presente en la edición discográfica de la película, sólo aparecería en la versión francesa de la misma. Se trata del tema romántico cantado en italiano “Catarí” que sustituía al “Tus ojitos negros” de la versión hispana. Este sistema de dobles versiones en el que se incluían para el mercado exterior escenas que no estaban presentes en la versión original, principalmente por motivos de censura, sería una práctica bastante habitual en las coproducciones de la época. Del mismo modo en la copia para el mercado europeo existe una escena en la que la estrella aparece ataviada con una sugerente negligé y la melena suelta mientras espera a su amado en el pisito que este ha alquilado para vivir su romance, que en la versión española es sustituida por un elegante vestido de color violeta, el escote cubierto con un tul del mismo color y el pelo perfectamente recogido en un elaborado moño.

En los aspectos técnicos la cinta presenta una cuidadísima factura, en la que se nota la inversión realizada por sus productores. La magnífica fotografía en color se debería Antonio Ballesteros, los excelentes decorados, que ganarían el premio en esta categoría del Círculo de escritores cinematográficos, corresponden al mítico Enrique Alarcón, mientras que los ricos fondos musicales serían compuestos por Juan Quintero y el cuidado vestuario corresponde a Humberto Cornejo. La película supuso un fabuloso éxito comercial y un triunfo personal para su protagonista, que ganaría aquel año el premio a la mejor actriz del Sindicato Nacional del Espectáculo y su homónimo del Circulo de Escritores cinematográficos por su interpretación. El filme se mantendría en cartel durante casi un año de manera ininterrumpida en su local de estreno, obteniendo un éxito similar en todos los países donde fue estrenada, incluyendo la Europa del Este, tradicionalmente reacia a nuestro cine por las circunstancias políticas.


Tras el éxito de “La Violetera” Sara Montiel asentó su posición estelar en el panorama cinematográfico hispano, estatus que reafirmaría con sus siguientes vehículos musicales, creando un personaje que con escasas variantes estéticas y psicológicas se mantendría en primera línea hasta finales de la década de los sesenta del pasado siglo, convirtiéndose en uno de los iconos indiscutibles de nuestro cine.

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