jueves, 17 de marzo de 2022

"Morena Clara" (1954) Luis Lucia

 


La primera versión de la obra de Quintero y Guillén, llevada a la pantalla en 1936 por Florián Rey con Imperio Argentina como protagonista, había sido uno de los mayores éxitos del cine español hasta ese momento. El filme de Rey y la impecable interpretación de Imperio se convirtieron en el máximo exponente de cine popular y uno de los mitos folclóricos en el que se mirarían las estrellas del género durante años. La propia Lola Flores, protagonista de la nueva versión que nos ocupa, contaba que cuando realizó en 1939 sus primeras pruebas cinematográficas para la película “Martingala”, dirigida por el italiano Fernando Mignoni, eligió los célebres versos que el personaje de Trini recitaba en uno de los momentos más famosos de la obra para mostrar su gracejo y talento como intérprete, consiguiendo el papel que supondría su debut en la pantalla.

Cuando Cesáreo González y Benito Perojo se plantean producir una nueva versión de esta especie de “Pygmalión” calé, lo hacen pensando en el lucimiento personal de su protagonista. Lola Flores se encontraba por entonces en el cenit de su éxito como figura flamenca. La artista jerezana acababa de volver de una gloriosa gira de casi dos años por toda Latinoamérica, siendo recibida en honor de multitudes en nuestro país. En la escena había estrenado con éxito su nuevo espectáculo “Copla y bandera” en el teatro Calderón de Madrid y se disponía a llevar a cabo varios proyectos cinematográficos, el primero de los cuales sería esta nueva versión de “Morena Clara” dirigida por el especialista en el género folclórico Luis Lucia. El realizador valenciano sería junto a José Luis Colina el responsable de un afortunado guion que da toques personales a la obra original con singular acierto, especialmente en el arranque del filme y el juego que establece entre los personajes de la historia y unos antepasados medievales, interpretados igualmente por la pareja protagonista, que entran y salen de la misma a lo largo del metraje y son el origen de la mayoría de los pasajes cómicos de la cinta. Lucia consigue con ello modernizar algunos recursos y dar una nueva entidad al filme, huyendo de la plasmación literal de los diálogos de la obra escénica y la repetición del esquema de la película de Rey, sin alterar por ello la esencia de la historia. Lo cual denota una gran inteligencia por su parte y elimina gran parte de la procedencia teatral, aunque los pasajes más famosos como el juicio por el robo de los jamones aparece rodado casi con la misma estructura.


Lola Flores realiza su mejor interpretación hasta ese momento en el cine y si bien no hace olvidar la de Imperio Argentina, resulta tremendamente eficaz en naturalidad y gracejo, denotando que la estrella se encontraba encantada metida en el personaje. A su lado, formando una extraña pareja, un pelirrojo y espigado Fernando Fernán Gómez con una comicidad contenida como contrapunto a la verborrea de Lola, que funciona a las mil maravillas dando una vez más cuenta del talento de este inmenso actor capaz de hacer creíble cualquier personaje. Miguel Ligero repite el papel de “Regalito” que ya había interpretado en la anterior versión, si bien en esta ocasión y por razones de edad pasa de ser el hermano de la protagonista al tío de esta. Ligero es sin duda el enlace más latente entre una y otra versión, ya que su composición del personaje dista poco de la original y contiene muchos de los clichés que tan bien la habían resultado en la anterior, incluido el célebre número “¡Échale guindas al pavo!” interpretado al alimón con Lola sustituyendo a Imperio y único momento musical que se repite en ambas versiones. El propio Luis Lucia se quejaba en una entrevista a Fernando Méndez Leite en el programa “La noche del Cine Español”, sobre los “tics” interpretativos de Ligero, alegando que a él personalmente no le gustaban y que era muy difícil sacarle del modelo sobre el que el actor había edificado su personalidad cómica y que solía repetir de forma invariable en todas sus intervenciones. Manuel Luna, que había interpretado al fiscal en la película de 1936, es rescatado para esta en el papel de Don Elías, que en la primera versión era el padre del protagonista masculino y en esta el juez de la audiencia sevillana. Al contrario de Ligero, Manuel Luna adapta su interpretación a las intenciones del nuevo guion y de su personaje, mostrando su ductilidad como intérprete. La oronda Julia Lajos, una de las características geniales de nuestro cine, es Doña Teresa la madre del fiscal aportando su personalísimo gracejo a una de sus últimas apariciones en la pantalla. Por último Ana Mariscal, realiza una colaboración especial como la abogada defensora de los gitanos en el juicio, papel de tintes feministas que en la anterior versión había interpretado, de forma mucho más evidente a este respecto, Porfiria Sánchiz, una de las actrices más singulares de nuestro cine.



Revisando ambas versiones es curioso ver como esta última sufrió algunas mutilaciones de censura respecto a la anterior, marcando la diferencia entre el ambiente liberal presente en el cine republicano versus la producción franquista. Un ejemplo claro se produce en la escena del juicio cuando Trinidad responde al jurado que es “hija de la Palmerita y de un señor muy reservao”, dando claramente a entender que es hija ilegitima de una gitana y un payo de dinero y presumiblemente casado. En la versión de Lucia, la protagonista se limita a decir que es “hija de la Palmita y el Pirri, el mejor esquilaor de Andalucía”, eliminando de este modo toda referencia a sus origines adúlteros, que por otro lado contradicen el título de la obra ya que este hace referencia a que Trinidad es una gitana cruzada con un payo, una “morena de color claro”. En la misma escena del interrogatorio ocurre algo similar con la intervención de “Regalito” interpretado por Miguel Ligero. En la película de 1936 cuando a este le preguntaban por su estado civil, respondía que estaba “asociado” con la Catalina que era una buena muchacha, es decir, vivía con ella según las leyes gitanas sin necesidad de unión eclesiástica. En la versión de 1954 al ser preguntado por su estado civil, el personaje contesta con un rotundo “soltero”, dejando claro que en la España de Franco no existían las uniones fuera del matrimonio. Del mismo modo es eliminada por completo de la historia la relación adúltera que Don Elías, el padre del fiscal, había tenido en el pasado fruto de la cual había nacido una hija, sufriendo chantaje por parte de su amante y desencadenando una parte importante de la trama original. Para la presente versión, Enrique (Fernán Gómez) es hijo de una viuda bien posicionada en la sociedad sevillana del momento, sin que exista sombra alguna sobre la honorabilidad de sus progenitores, haciendo que el personaje de Don Elías pase a ser el referente paterno de Enrique, pero como su jefe en la audiencia provincial de Sevilla. Con todo la película se ve con agrado y resulta especialmente entretenida por la interpretación del fantástico reparto y un divertido guion que presenta varias situaciones de “comedia alocada” muy eficaces y con unos diálogos muy bien llevados dentro de la tradición del sainete.

Las canciones, como no podía ser de otro modo son otro de los platos fuertes de la cinta y uno de los momentos de lucimiento cumbre para su protagonista, si bien los números musicales están rodados con menos imaginación y un menor interés dramático que en la película de 1936, limitándose prácticamente a retratar a la artista mientras canta y baila haciendo gala de su temperamento único. Como ya se ha comentado el dúo “¡Échale guindas al pavo!”, aunque movido de contexto respecto a la anterior versión, es el único número que se repite. Aquí Trinidad y Regalito cantan y bailan en el salón de la casa de Enrique para él y su madre, perdiendo todo el efecto cómico que el número tenía en la anterior versión al ser interpretado en la fiesta de la Cruz de Mayo para los invitados a la misma en casa del fiscal, quedando tan solo como muestra de una canción popular que el público espera ver en la cinta. “Soy Morena Clara” una zambra escrita exprofeso para la ocasión, es el primer número que Lola canta en el filme y que en esta ocasión si es utilizado argumentalmente para entender la química que empieza a producirse entre los protagonistas de cara a su futura relación. Por último, la famosa zambra de Manuel Quiroga y Rafael de León “Te lo juro yo”, en una versión también por bulerías, sustituye a “La falsa monea” de la anterior versión como número final de despedida entre Trini y Enrique antes del previsible final feliz. Una vez más el número no presenta ningún interés en términos argumentales y cinematográficos, más allá del placer de ver a una soberbia Lola Flores arrebatada de temperamento, aportando una fuerza incandescente a su interpretación, con el sello personalísimo de su arte.



Cabe destacar también el sentido del humor de Lucia al parodiarse a sí mismo y el cine que hacía en algunos giros de guion ciertamente sarcásticos, como aquel en el que el personaje de Don Elías (Manuel Luna) le recomienda a Doña Teresa (Julia Lajos) que si quiere montar una fiesta andaluza como Dios manda vaya al cine y vea cualquier película española. Más tarde durante la fiesta por sevillanas le pregunta en que película se había inspirado a lo que la otra le responde que había visto cuatro y en todas salía un baile por sevillanas, a lo que ambos concluyen “que sería de nosotros, los andaluces, sin el cine”. Este tono paródico está presente a lo largo de toda la película desde su inicio, en el que el personaje de Fernán Gómez cuenta el nacimiento y desarrollo de la “raza calé” a lo largo de la historia, arrancando nada menos que en el antiguo Egipto con los Faraones bailando por bulerías (recordemos que a Lola le apodaban “La Faraona”), lo que hace que hoy día mantenga un aire gamberro que le confiere un toque de modernidad, dejándonos claro que el realizador nunca se toma en serio lo que nos cuenta.



Como ya había hecho en la adaptación de “La hermana San Sulpicio” (1952), otro viejo éxito de los años treinta dirigido por Florián Rey con Imperio Argentina, el realizador valenciano se aleja del modelo original utilizando ese tono de comedia desenfadada que le ayuda a contar la historia modernizando los recursos folclóricos de antaño para el espectador de los años cincuenta, enlazando con una tradición muy enraizada con la cultura española, lo que denota que era un gran conocedor de los gustos del público y sabía la forma de llegar a él, como demuestra la larga lista de éxitos a lo largo de su carrera.



El filme fue rodado en Gevacolor, que era otro reclamo a la hora de llevar al espectador a las salas, ya que el color solo se empleaba en contados filmes por aquellos años, principalmente musicales. Este sistema cromático de origen belga sustituía al nacional Cinefotocolor, que no terminó de resultar dado lo mediocre de sus resultados, desapareciendo incluso con el tiempo de algunas de las copias en las que fue aplicado, algo que también ocurriría con el Gevacolor. Algunos de estos títulos han sido restaurados en el presente rescatando los colores originales con que fueron presentados en su día, entre ellos este filme de Lucia.



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