En muchos sentidos esta película se presentó como un intento
de renovación tanto en la carrera de su protagonista, como en la del realizador
de la misma. Para Antonio Román “Congreso en Sevilla” sería su primera
inmersión en el terreno de la comedia, un género que había tocado de soslayo en
algunos títulos pero que no había abordado de forma directa. En cuanto a Carmen
Sevilla supondría un cambio de imagen física e interpretativamente
hablando que marcaría una nueva etapa en sus siguientes proyectos
cinematográficos. Con el fin de modernizar su físico, aparecería con la melena
corta peinada con una permanente muy al estilo de las “vecinitas de enfrente”
del cine americano, evolucionando la imagen folclórica al uso y dándole una
mayor frescura y cierto aire cosmopolita. Lo mismo podría decirse de su
interpretación, mucho más moderna y dinámica que en sus películas de ambiente
andaluz. Carmen era por entonces la estrella más popular de nuestra
cinematografía, lo que le daba al filme una proyección comercial que Román supo
aprovechar magníficamente.
Fernando Fernán Gómez, experto actor de comedia, daría la
réplica a la sevillana, creando una extraña pareja que encajó a las mil
maravillas. El físico desgarbado y poco atractivo de Fernando fue el
contrapunto ideal a la exultante belleza y frescura de Carmen, dos
personalidades opuestas que encajaron en este juego de equívocos de forma
excelente. Él representaba a un sesudo profesor sueco y ella a una española emigrada
en este país que en su deseo de volver a España se hace pasar por una doctora
de la universidad de Estocolmo, suplantando a una colega de Fernán Gómez. Este,
al corriente del engaño, aprovecha la situación para hacerse pasar por su
esposo y conseguir el amor de la bella española, quién tras una serie de tira y
afloja cae rendida en sus brazos. Un argumento sencillo y eficaz, basado en una
obra de José María Pemán, que entretiene y convence gracias a la sabiduría cinematográfica
de Román y a la divertida intervención de todo el reparto.
El filme se rodó en régimen de coproducción con Suecia, que
aportaría a la actriz Katie Rolfsen como la Dra. Petersen, la sesuda científica
a quién suplanta el personaje de Carmen Sevilla. Un excelente plantel de
actores de comedia encabezados por Manolo Morán y Pepe Isbert completarían un
reparto que incluye a Manolo Gómez Bur, Gustavo Re, Carlos Casaravilla, Anibal
Vela, Fernando Nogueras y Nicolás D. Perchicot entre otros. Especialmente
divertido es el papel de Pepe Isbert, como el sordo y despistado industrial que
se cuela por error en el congreso pensando que está en otra ciudad y que al
enterarse de su error exclama. “¡A que va resultar que tampoco estamos en
Palencia!”, el actor borda un personaje que solo él podía interpretar con esa
naturalidad y convicción. Hay partes del argumento que recuerdan lejanamente a
la célebre “Bola de fuego” de Howard Hawks, especialmente en las escenas en las
que los aburridos doctores invitados al congreso de medicina celebrado en
Sevilla, se dejan seducir por la belleza y espontaneidad de la protagonista,
que los lleva y trae a voluntad sosteniendo el engaño con sus armas femeninas.
La cuidada fotografía corresponde a Cecilio Paniagua y la
música de Juan Quintero, que incluye dos coplas cantadas por Carmen Sevilla con
su habitual encanto y gracia, que contribuyen al atractivo de la cinta y su
personaje. Las escenas iniciales de la cinta fueron rodadas en Estocolmo, donde
se desplazó parte del equipo español soportando las condiciones del duro
invierno sueco, según recordaba la propia Carmen Sevilla a Fernando Méndez
Leite en el programa “La noche del cine español” (1984) dedicado a la carrera
de la actriz y cantante. La cinta tuvo una buena acogida comercial, siendo
premiada con 100.000 pesetas por el Sindicato Nacional del Espectáculo en la
edición del año 1955, así como el premio de mejor realizador para Antonio Román, dando un
nuevo impulso a la carrera del director que se encontraba por entonces algo estancada. Se cuenta entre las primeras coproducciones que venderían
una imagen amable de nuestro país, ensalzando el sol y el carácter acogedor y
alegre de los españoles en contraste con la frialdad y practicidad del carácter
sueco, promocionándolo como un apetecible destino turístico, como parte del
tímido aperturismo que por entonces el régimen franquista quería promover y que
alcanzaría su apogeo en los siguientes años.
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