Durante los años 50 la actividad cinematográfica de Paquita
Rico es incesante. La artista enlaza un rodaje con otro convirtiéndose en una
de las estrellas favoritas del público, a pesar de que los vehículos que le
toca en suerte protagonizar son, en general, de una mediocridad alarmante. Producciones
de consumo inmediato con historias sencillas de fácil digestión en las que lo
que importa mayormente es que Paquita luzca su belleza y facultades como
cantante el mayor tiempo posible.
A mediados de la década la estrella se hace cargo de dos
“remakes” de antaño. El primero de ellos, “Malvaloca” (1954), adaptación de la
obra teatral de los hermanos Álvarez Quintero, ya había conocido una primera
versión muda dirigida por Benito Perojo en 1926 y en 1942 había sido uno de los
éxitos de la pareja formada por Amparo Rivelles y Alfredo Mayo, alcanzando una
enorme popularidad. En esta ocasión Paquita aparece una vez más escoltada por
el galán americano Peter Damon, poco adecuado como el atribulado fundidor
gallego Leonardo, además de Miguel Ligero y Antonio Riquelme desempeñando los
roles cómicos. Ramón Torrado, el director que mejor la conocía se centró en
resaltar la parte folclórica del asunto, cambiando la profesión de la heroína
de prostituta a cantante, lo que hacía que se perdiera gran parte del interés
dramático de la obra, con el fin de salvar el escollo de la censura y resaltar
su popularidad como intérprete de coplas. En la parte interpretativa Paquita no
termina de convencer en esta ocasión mostrándose lastimera y llorona,
desaprovechando de este modo los matices de un personaje que había bordado la
Rivelles en la versión de los años 40. En su defensa cabe comentar que la parte
más interesante de la historia, la tormentosa juventud de la protagonista que
daba sentido al desarrollo del personaje, desaparecería por completo del guion,
generando lagunas difíciles de entender.
El segundo remake sería una nueva versión de los “Suspiros
de España” (1938) interpretados por Estrellita Castro en Alemania durante la
guerra civil española y que había constituido una de las mayores cotas de
popularidad de la artista sevillana. Rebautizada para la ocasión como “Suspiros
de Triana” (1955) y con Torrado de nuevo en la dirección, la película rescataba
a la antigua estrella del cine republicano “Angelillo”, recién llegado de su
exilio argentino, donde le habían llevado sus ideas políticas tras la
contienda. A pesar de la diferencia de edad entre ambos, la pareja funcionó
bastante bien, luciéndose por separado y a dúo en la interpretación del
pasodoble titular en la escena final del filme, compuesto por el maestro
Alvarez Alonso. Con todo quedó una cinta entretenida, aunque exenta de la
frescura de su predecesora.
“Curra Veleta” (1956) sería su último trabajo a las órdenes
de Ramón Torrado. Una historia absurda desprovista
de todo atractivo, donde se pone de manifiesto el agotamiento de una fórmula
que no daba mucho más de sí y que terminaría con el esplendor del género
folclórico a la vuelta de pocos años, siendo sustituido por los musicales con
niños prodigio y los cuplés de Sara Montiel, viejas fórmulas en nuevos envoltorios,
en definitiva… (continuará)
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