Con “Debla, la Virgen gitana” (1950) Paquita obtiene un enorme impacto popular que la convierte en una de las actrices favoritas de la década que comienza. Además del carisma y belleza de su protagonista, la película contaba con un argumento en el que se abordaba la triste historia de la gitana cuya belleza y apasionado carácter inspira la obra cumbre del pintor interpretado por un maduro y apuesto Alfredo Mayo, el amor imposible entre ambos y la muerte de la protagonista en brazos de éste contenían todos los estereotipos del folletín de fácil digestión destinado a gustar, llevados eso sí con gran inteligencia por Ramón Torrado, que haría mucho por la consagración de la estrella como una de las figuras icónicas de la época. El Cinefotocolor, primer sistema cromático de patente española añadiría en su momento un gran atractivo a la película, tiñendo el pintoresquismo de la historia de un rabioso colorido. Paquita lucía más bella que nunca en su personaje de Debla, sentando muchas de las bases de su estilo interpretativo a medio camino entre la risa y el llanto, la inocencia y la pasión, siendo la primera vez que su papel era el motor absoluto de la historia y el desencadenante del drama. Con todo esto la película fue presentada en el Festival de Cannes de aquel año, siendo su protagonista galardonada con “la copa de la popularidad”, lo que le dio la ocasión de adquirir cierta notoriedad en un certamen de fama internacional, donde las historias de gitanos y flamencos seguían proyectando la falsa imagen de una España amable y colorida que buscaba la forma de quitarse de encima el hambre y la negrura de una postguerra aún presente en el racionamiento y la falta de libertades, que utilizaba su raquítica industria cinematográfica como propaganda de un país que buscaba en las raíces de su historia y tradiciones más populares una vía de exportación y normalización de su situación política y social.
En este punto la carrera de Paquita era ya imparable, como lo demuestra su incesante actividad en los siguientes años en los que abandona por completo los escenarios en favor del cine, realizando algunos interesantes trabajos un tanto alejados de la imagen folclórica al uso, que ayudaron a forjar la imagen de serrana fatalista con aire de romancero que ya se apuntaba en su interpretación de “Debla”, ya que tanto “Luna de sangre” (1950) de Francisco Rovira Beleta como “María Morena” (1951) de Pedro Lazaga y José Mª Forqué intentaban alejarse de la deformación de los tópicos andaluces al uso explorando otros derroteros más interesantes. La primera era una versión de la novela de Fernán Caballero “La familia de Alvareda”, con un jovencísimo y magnífico Francisco Rabal como partenaire y donde Paquita estaba sencillamente extraordinaria imprimiendo a su interpretación una fuerza y pasión que no consiguió eclipsar ni siquiera el hecho de ser doblada por otra actriz en sus diálogos. En cuanto al segundo título fue un intento de mezclar folclore y misterio donde una vez más la estrella, además de producir parte de la obra, brillaba con luz propia. Ambos filmes demostraron las posibilidades que hubiera podido desarrollar como actriz en otra industria diferente a la española de aquellos años y en otro tipo de géneros.
A principios de los años cincuenta llegó su contrato con Césareo González, productor de Suevia Films, con el que obtuvo una promoción a gran escala que incluía presentaciones en América Latina, tal y como estaba haciendo con sus “comadres” Lola Flores y Carmen Sevilla, a las que el avispado gallego también tenía bajo contrato y que con Paquita formaron lo que se dio en llamar “el triunvirato del cine folclórico”. Así la artista pasó a formar parte de la nómina de estrellas de la productora que además de las citadas incluía a otras como María Félix, Emma Penella, Joselito y un largo etc. Fruto de la política de colaboración de Suevia Films con otros países de Latinoamérica, Paquita rodó en México dos de sus títulos menos conocidos, “Prisionera del recuerdo” (1954) dirigida por Tito Davison, titulada “El relicario” en el Continente Americano, ya que la actriz interpretaba en la misma el célebre pasodoble del maestro Padilla y “Dos novias para un torero” (1956), una comedia ranchera de Antonio Román.
A las órdenes de un Florián Rey ya en su decadencia como director protagonizaría otro curioso título, “La moza del cántaro” (1953), basada en la obra homónima de Lope de Vega y en donde la estrella aparecía como las más hermosa e improbable dama del Siglo de Oro, llegando a disfrazarse de hombre para salvar el honor de la familia retando a duelo a espada a un noble malagueño, para hacerse pasar, posteriormente, por moza de mesón en la Corte madrileña de Felipe IV con el fin de ganar el perdón del Rey y llevarse el amor del galán interpretado por el americano Peter Damon. A este título le siguieron “El duende de Jerez” (1953), una pueril historia sobre los catadores de caldos jerezanos con canciones de Ochaita, Valerio y Solano y un personaje sacado del cuadro “Los borrachos” de Velázquez escapado del lienzo para darse un “garbeo” por la ciudad, en el que tan solo destaca su participación como cantante y “La alegre caravana” (1953) mediocre título sobre la gitanería errante rodado en coproducción con Portugal y que a falta de otros valores nos permitía escuchar a Paquita en media docena de canciones compuestas por Francis López, el compositor oficial de las operetas de Luis Mariano tan célebres por entonces. En ambos filmes el talento de su protagonista se muestra totalmente desperdiciado, salvándose únicamente gracias a su fotogenia y buen gusto como cantante. La mediocridad del cine folclórico arrastraba consigo a figuras que en otra cinematografía más ambiciosa o mejor cuidada sin duda resultarían mucho más interesantes… (continuará)
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