lunes, 21 de febrero de 2022

"Doña Francisquita" (1952) Ladislao Vajda

 

A principios de los años cincuenta del pasado siglo el antes director y ahora productor Benito Perojo, anunció su intención de llevar a cabo la adaptación de dos zarzuelas famosas, “Luisa Fernanda” y “Bohemios” interpretadas por el popular tenor irunés Luis Mariano, en la cumbre por entonces de su fama cinematográfica en nuestro país, gracias a sus edulcoradas y espectaculares operetas junto a Carmen Sevilla. No se sabe muy bien por qué razón estos proyectos no llegaron a cuajar finalmente, siendo sustituidos por esta “Doña Francisquita” según la obra homónima de Amadeo Vives dirigida por Ladislao Vajda, con un reparto completamente diferente.

La obra de Vives, basada en “La discreta enamorada” de Lope de Vega, ya había sido llevada a la pantalla con éxito en 1934, protagonizada por la soprano Raquel Rodrigo, apodada por entonces “la novia de España” y el tenor Fernando Cortés, aunque para esta nueva versión filmada en Cinefotocolor se decidió contar con la participación de actores famosos que serían doblados en las canciones por cantantes líricos, una práctica habitual a partir de entonces en las adaptaciones zarzueleras para el cine. La dirección correría a cargo del húngaro Ladislao Vajda, que más allá de ceñirse a las exigencias de un encargo comercial, consigue ofrecer una obra de autor más que interesante, situando la historia entre la realidad y la ficción, lo que le ayuda a huir de la plasmación lineal de la zarzuela original sin renunciar a su esencia, ni a sus célebres melodías, haciendo que los actores se muevan continuamente entre los personajes de la obra de Vives y los de la historia contada. Un inteligente recurso que crea escenas de gran belleza especialmente en los números oníricos, en las que el uso del color y la iluminación son parte del lenguaje narrativo, debidos al talento del director de fotografía Antonio Ballesteros. En este sentido, sin duda, las escenas más meritorias son las desarrolladas en la parte del carnaval, que comienza con unas máscaras estáticas en el escaparate de una tienda cobrando vida y rompiendo los cristales para unirse al jolgorio callejero, uniendo una vez más lo ficticio y lo real como hilo argumental de la trama. El continuo salto de lo cotidiano a lo imaginario haría seguramente que en Francia el filme se estrenase bajo el título “Mascarade d´amour” y como tal fuese presentado a concurso en el Festival de Cannes de 1953, el mismo año en que también entraban a concurso dos títulos históricos de nuestra cinematografía “¡Bienvenido Mr. Marshall!” de Berlanga y “Duende y misterio del flamenco” de Neville, recibiendo buena acogida, aunque el reconocimiento crítico se lo llevaría, como no podía ser de otro modo, la divertida sátira de Berlanga.


Aun así, estamos ante una de las mejores adaptaciones zarzueleras a la pantalla y sin duda la mejor de la década de los cincuenta y sesenta, donde se aúnan calidad y comercialidad con singular acierto y en la que se consigue una continuidad en los números musicales poco habitual en el cine español del momento, donde normalmente el argumento se detenía para que la estrella bailase o cantase. En este caso el realizador se preocupa que todo se suceda sin detener el ritmo de la historia a la hora de introducir los célebres cantables de la zarzuela original, a imitación del musical americano de la época.


Con el fin de asegurarse la comercialización del filme, especialmente en Latinoamérica, la protagonista recaería en manos de la argentina Mirtha Legrand, a quién Perojo había dirigido en 1945 en “La Casta Susana”, aportando un curioso acento porteño a la madrileña Francisquita, doblada por Marimi del Pozo en los cantables. Armando Calvo, muy popular también por entonces en tierras americanas, ya que se había afincado en México a mediados de los cuarenta desarrollando un intenso periplo fílmico en los estudios aztecas durante la época dorada de aquella cinematografía, sería el galán de la función Según refería el actor a Fernando Méndez Leite en el programa “La noche del cine español” (1984), fue él quién cantó íntegramente toda la partitura en la película, pero no le dieron ningún crédito en los títulos a este respecto al ser doblados el resto de personajes por cantantes líricos de fama internacional, quejándose con amargura de que no le hubiesen dejado dar este inesperado giro a su carrera ampliándola a su faceta como cantante. Lo cierto es que sale bastante airoso de las exigencias vocales de este difícil personaje.


La bellísima Emma Penella en los inicios de su incipiente y prometedora carrera, se haría cargo del rol de la temperamental Aurora “La Beltrana”, en el que siguiendo la tónica de sus primeros años sería doblada en la parte hablada además de en la cantada, esta última por la excelente soprano Lily Berchman. Parece ser que la actriz llegó al proyecto de forma inesperada al encontrarse en los estudios CEA rodando el thriller “Los ojos dejan huella” (1952), por la que obtuvo un éxito notable y un premio de interpretación como secundaria. Ladislao Vajda se quedó impresionado con su talento y figura y preguntó a José Luis Sáenz de Heredia, director de este título, por esa joven actriz que tan bien estaba resultando en su película, los entusiastas comentarios de Sáenz de Heredia al respecto decantaron la balanza a su favor. Su formidable trabajo en la película le otorgaría otro premio como mejor secundaría también por esta película.


El cómico Antonio Casal, uno de los actores más interesantes de nuestro cine, sería Cardona, el amigo íntimo del protagonista que maneja los líos de la trama. La oronda y graciosísima Julia Lajos sería Doña Francisca, madre Francisquita, José Isbert interpretaría al profesor de canto, personaje que no aparece en la Zarzuela y Jesús Tordesillas se haría cargo del papel de Don Matías, padre de Fernando, el protagonista masculino. Un magnífico plantel de secundarios, como era habitual en los repartos de la época, a los que se suman los siempre eficaces Manolo Morán y Antonio Riquelme.


La cinta fue premiada con 400.000 pesetas por el Sindicato Nacional del Espectáculo en su edición del año 1952 por el uso del color junto a la formidable antología sobre el cante jondo de Neville "Duende y misterio del flamenco"

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