Esta trianera de espectacular belleza, cálida voz y sensible
personalidad, comenzó su carrera como tantas otras estrellas de la época
prestando su imagen a la representación del tipismo andaluz en el cine, para
pasar pronto a convertirse en la heroína pasional y dramática de varios títulos
que pretendían enfocar el género desde una óptica menos tópica pero sin perder el
sabor popular y acabó encontrando la consagración como la dulce y delicada
María de las Mercedes de Orleans, en uno de los mayores éxitos del cine español
de todos los tiempos “Dónde vas Alfonso XII?” (1958), personaje al que
permanecerá eternamente asociada del mismo modo que su protagonista masculino,
Vicente Parra, quedará por siempre ligado al papel del soberano castizo.
Nació en el popular barrio sevillano de Triana el 19 de octubre
de 1930, trascurriendo su infancia entre las humildes estancias de un patio de
vecinos, donde prevalecía el hambre y el deseo que convertirse en artista para
salir de la miseria en una España sumida en la pesadumbre del racionamiento y
el dolor de la postguerra. La situación económica familiar hizo que la
chiquilla dejara pronto la escuela para ayudar a en las finanzas del hogar
ejerciendo los más dispares oficios, desde niñera a ayudante de peluquería,
siempre con el gusanillo del cante peleándose por salir de su esqueleto, lo que
le impulsaba a acudir a fiestas y bautizos donde poder dar rienda suelta a su
vocación cantando canciones de los ídolos del momento, con Imperio y Estrellita
como referentes, ante un público entregado a su gracia y actitudes. A la temprana edad de 14 años debutó en la
compañía de Pepe Pinto con el sobrenombre de “La trianera de Bronce”, en
alusión al color moreno de su piel. Su paso por esta y otras compañías de “arte
español” abrieron la puerta de su primera oportunidad cinematográfica,
debutando como protagonista a los 18 años en la película “Brindis a Manolete”
(1948) de la mano del prestigioso Florián Rey. El título en cuestión pretendía
ser un homenaje al llorado diestro cordobés, fallecido un año antes en la plaza
de toros de Linares. El papel del torero le correspondió al actor Pedro Ortega
que encerraba un asombroso parecido con el popular mataor. Aunque su personaje
no tenía demasiada relevancia dentro de la trama, Paquita dio sobradas muestras
de su magnífica fotogenia y su talento como tonadillera entonando unas
pegadizas “Chuflillas”, dejando entrever que era una personalidad más
cinematográfica que teatral, como sucediera con su compañera y amiga Carmen
Sevilla, también debutante en aquella época. Aquel mismo año intervendría a las
órdenes de Benito Perojo en la comedia “¡Olé torero!”, concebida a mayor gloria
del cómico argentino Luis Sandrini, de difícil digestión fuera de América
Latina, aunque su carácter de modesta coproducción permitiría a su protagonista
obtener un mayor alcance, además de ir cincelando su personalidad
cinematográfica y lucirse en la deliciosa interpretación de las coplas “¡Ay,
Cartujano!”, “Ojitos de Sol y Sombra” y “Ojos grises”.
En 1949 protagoniza “Rumbo”, que supondría el encuentro con
Ramón Torrado, el director con el que trabajó en mayor número de ocasiones y en
palabras de la propia artista su auténtico Pygmalion. Torrado sería el
responsable de que Paquita se convirtiera en estrella de cine, él fue quien
mejor la retrató en sus comienzos, mimando cada uno de los vehículos de la
artista, terminado de desarrollar sus posibilidades en la pantalla. Si “Rumbo”
era un título rutinario, que contaba una amable historia de amor en el marco de
la Feria de Sevilla y la Romería del Rocío, con canciones y previsible final
feliz, su siguiente película a las órdenes del director gallego, “Debla, la
Virgen gitana” (1949), supondría su consagración definitiva en la pantalla…
(continuará)
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