La película supone un formidable esfuerzo de producción, ya que la historia se desenvuelve en medio de un espléndido despliegue de decorados de cartón piedra que recrean con todo detalle los palacios y salones del Madrid Isabelino y un lujoso vestuario de época, muy al estilo de los títulos que por entonces eran marca de calidad de la casa Cifesa, distribuidora de la cinta que sería producida por el propio Orduña con un presupuesto que rondaría los 4.000.000 millones de pesetas de la época, una cantidad muy elevada que haría que el realizador cediera los derechos de la cinta a la Columbia Films.
El reparto es de “campanillas”, reuniendo a algunos de los
actores más populares del momento encabezados por la tonadillera sevillana, que
brilla con luz propia seguida muy de cerca por la citada Miriam Day, cuya
participación como Isabel II casi roba el protagonismo a la estrella de la
cinta, siendo su interpretación muy reconocida en su momento. El portugués
Virgilio Teixeira, que trabajaría también con Juanita en “Lola, la Piconera”
(1952), sería, como ya se ha comentado, el galán de la historia. Además de su
apostura, Teixeira era un actor que transmitía naturalidad y simpatía, lo que
hizo que desarrollase una importante carrera en el cine español durante los
años cincuenta con una serie de títulos muy populares firmados como “Agustina
de Aragón” (1950), “Alba de América” (1951), “La Leona de Castilla” (1951),
“Zalacaín, el aventurero” (1954) o “Cañas y barro” (1954), todos ellos firmados
por Orduña. El siempre eficaz Jesús
Tordesillas, un poco sobreactuado al estilo declamatorio y teatral del
realizador es el villano de la función, mientras que la presencia y voz de
Eduardo Fajardo dan vida al coronel Puig Moltó, amante de la reina y parte
fundamental del drama. El reparto se completa con la sensacional Lina Yegros
como la Condesa de Medina y un jovencísimo José Bódalo como el revolucionario
hermano de la protagonista, por cuyo carácter rebelde y liberal, Soledad guarda
inquebrantable fidelidad a la soberana, dado que esta le perdonó la vida en el
pasado a pesar de sus atentados contra la corona, ensalzando de este modo el
papel maternal y caritativo de la monarquía y dejando completamente de lado los
desmanes políticos que dieron al traste con el reinado de Isabel II, hasta la
restauración constitucional de su hijo Alfonso XII, con el intervalo del
reinado del italiano Amadeo de Saboya y la primera república española. Esta es
pues una película en la que los revolucionarios son, como conviene a la
dictadura, los representantes del caos y el desorden, mientras que la
privilegiada aristocracia es mostrada como comprensiva y cercana al modo y
costumbres del pueblo llano, representado en la figura de Soledad, dividida
entre el amor a su díscolo hermano y la fidelidad a la figura de la reina por
quién es capaz de entregar su propia vida.
Juanita Reina luce espectacular entre miriñaques y
mantillas, brindando un cuarteto de coplas que hacen las delicias de su
público, destacando sobre todas la ya mencionada “Y sin embargo… Te quiero”,
que la artista entona en dos ocasiones junto a otras menos conocidas, pero
magistralmente interpretadas. Uno de los temas originales de la banda sonora,
la divertida “Lorito real”, se presenta dañada en continuos saltos de imagen en
la copia que se ha conservado siendo casi inexistente, una lástima ya que por
lo que se puede apreciar en la grabación discográfica Juanita Reina da rienda
suelta a una faceta cómica y pícara poco habitual en su repertorio. Esta
canción fue filmada en los jardines de La Granja de Segovia, prestados por las
autoridades para el rodaje a fin de documentar la grandiosidad de la historia.
Como interprete se ve afectada del mismo mal teatral con que el realizador
madrileño aborda la dirección de actores, especialmente en las escenas
dramáticas, ganando en naturalidad en los pasajes más livianos. Orduña había
sido actor teatral en su juventud y teñía la interpretación cinematográfica de
ese lenguaje intenso y ampuloso que en la pantalla se veía exagerado, ya que la
proximidad de la cámara requiere otro tipo de matices diferentes a los de la
actuación escénica. Sin embargo, este estilo “marca Orduña” tuvo un gran
predicamento en la época, siendo muy del gusto del público, especialmente en
los títulos que el director rodó junto a Aurora Bautista, una actriz que
también provenía del teatro clásico. Como ya hiciera en la película que
convirtió a la artista sevillana en estrella, “La Lola se va a los puertos”
(1947), el realizador rodea a la protagonista de una aureola heroica y
pasional, capaz de sacrificar el amor y la vida en favor de sus ideales, si
bien en esta ocasión alcanza un final feliz.
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