martes, 11 de enero de 2022

"La danza de los deseos" (1954) Florián Rey



 Esta película se recuerda sin duda como uno de los títulos más pretenciosos y fallidos en la carrera de la gran Lola Flores, dirigido por un otrora glorioso Florián Rey en sus horas más bajas. “La Faraona” se encontraba en su momento de máxima popularidad tras su reciente triunfo en América, con una gloriosa gira de dos años que le había llevado por los mejores teatros de las capitales Latinoamericanas y Nueva York con gran éxito. Tras la separación artística del cantaor Manolo Caracol, con quién había formado una pareja mítica para los anales de la historia del flamenco y la copla, Lola firmaría un sonado contrato con el productor de cine Cesáreo González consistente en seis millones de pesetas de 1952, una cifra astronómica para la época con la que el avispado empresario gallego obtuvo la exclusiva de la artista más popular del momento consiguiendo sin duda una de sus inversiones más saneadas, dado el formidable éxito de la jerezana allá donde su arte y talento se hiciera presente.



Cesáreo fue el principal responsable del primer viaje de Lola a tierras americanas con presentaciones personales de apoteósico triunfo y una serie de títulos rodados en los estudios mexicanos durante la época dorada de esta cinematografía. A su regreso la fama de la artista se había disparado y el productor le preparó un espectacular y publicitado recibimiento multitudinario en el aeropuerto de Barajas digno de una estrella internacional, que aún se recuerda en los archivos del NODO de la época.


Con esta racha de triunfos encadenados parecía que Lola era un valor seguro y atendiendo los deseos de la artista de plasmar su vena más dramática en la pantalla se planteó esta producción con la que se pretendía dar un giro a su imagen cinematográfica de gitana alegre y temperamental de peina y lunares, sin embargo el argumento resultó tan surrealista y poco creíble que cualquier esperanza de edificar una carrera con papeles más dramáticos en torno al mismo resultaría impensable, así como el fracaso del filme inevitable. Ramón Perelló ideó una historia que presentaba a Lola como Candela, la hija de un contrabandista que es abandonada en un islote a la muerte de su padre con la única compañía de un viejo ciego y su lazarillo. La muchacha crece cual tarzana alejada de la civilización, nadie sabe muy bien donde se encuentra esta isla semi desierta, sin ningún tipo de conocimiento del mundo. Hasta el solitario islote llega un día un apuesto galán, José Suárez, del cual la muchacha se enamora abandonando la isla y colándose de polizón en su barco hasta Marsella, con gran disgusto de la prometida de este que ve en la salvaje una atractiva rival. Por una serie de infantiles circunstancias, mal traídas y peor contadas, la protagonista se escapa de la casa de su protector cayendo en el mundo de la prostitución y los bajos fondos, siendo rescatada por el galán para morir en sus brazos en la isla donde enterraron de niña a su padre. Todo un dramón de tomo y lomo, más digno de serial radiofónico que de película seria.


Este imposible encargo cayó en manos de Florián Rey, quién sin duda lo aceptó como un título “alimenticio” para seguir trabajando en un momento en el que su carrera como realizador estaba agonizando y en el que se refleja la desgana con la que es acogido el proyecto por su parte, ofreciendo una dirección con un lenguaje rutinario y poco cuidada en sus detalles, limitándose a retratar en planos medios y cortos a la protagonista y poco más. El guión no tiene ni pies ni cabeza, empezando por la interrogante de que unos personajes de origen español vivan en Marsella sin explicación alguna, lo que apunta que posiblemente fue una de las condiciones de la censura para mostrar el ambiente de decadencia y prostitución fuera de una ciudad española, algo bastante habitual en la época, ya que cualquier sugerencia por velada que fuera a este tipo de ambientes y costumbres solía atribuirse a otros países o culturas, alejando la moral española de este tipo de vidas. Florián no pone ningún cuidado en los detalles, por lo que tampoco se entiende porque en una ciudad francesa todos los personajes se relacionan entre sí en español independientemente de su nacionalidad. Por su parte la interpretación de Lola resulta histérica y desmadrada en las escenas dramáticas, y plana y falta de matices en las partes más sensibles. Sin embargo, la publicidad pagada de Suevia Films se encargó de presentar la cinta con eslóganes tan pomposos como “Una nueva Lola Flores en una película que causará sensación”, “La consagración de Lola Flores como primerísima actriz dramática”, “Distinta a todas sus creaciones anteriores, Lola Flores le entusiasmará en La Danza de los deseos”. Con tales premisas la artista esperaba obtener el premio a la mejor actriz en el Festival de Cine de San Sebastián de aquel año, para el que había sido nominada, y no pudo disimular su enfado cuando este fue a parar a manos de Marisa de Leza por su sensible interpretación en “La patrulla” (1954) de Pedro Lazaga. Lola montó en cólera por no haber obtenido el deseado reconocimiento cargando contra la ganadora e insultándola, siendo la actriz Amparo Rivelles quién relajó la tensión del momento afeando a la jerezana su actitud y haciéndole ver que ella no era culpable de la decisión del jurado.

Como ya se ha comentado el filme fue un fracaso tan sonado como su promoción, siendo recordado por la polémica que rodeó su estreno y el intento de Lola por convertirse en una especie de Anna Magnani a la española. Seguramente buscando el referente de las sensuales “maggiorata” italianas, la artista presentaba un vestuario en la primera parte de la historia que mostraba su espléndida carnalidad hasta donde los límites de la férrea censura franquista permitían. Vista hoy sorprenden, en una película española de 1954, las prendas mojadas de la protagonista resaltando el escote sin sujetador y la falda raída mostrando generosamente las piernas en las escenas de la isla, o la escena de la seducción en el hostal donde “pierde la honra” en brazos de un chulo portuario de pocos escrúpulos. A pesar de todo es un filme que resulta interesante y curioso por su barroquismo y neorrealismo bastardo.


Como en casi todas las películas de Lola lo más disfrutable a día de hoy son los números musicales, innecesarios a nivel argumental ya que no aportan nada a la historia y fueron rodados sin duda como concesión a lo que el público esperaba ver en la película, pero donde mejor se justifica su talento único y subyugante, atrapando al espectador con la fuerza de su temperamento sin igual, tanto en los bailes como en las canciones.


El resto del reparto, aunque excepcional, se ve igualmente lastrado por lo pueril de las situaciones y el planteamiento del argumento. El galán José Suárez intenta dar sobriedad a un personaje que podría haber tenido un mayor desarrollo interno, debatiéndose con más claridad entre la pasión y el deber, pero con el que poco puede hacer, ofreciendo a pesar de todo una interpretación mucho más contenida y natural que el resto. María Dolores Pradera como la prometida de este, se muestra altiva y distante, prestando su elegante figura a un personaje que pasa casi de puntillas por la trama sin despertar mayor interés que el de provocar la huida de Candela del seguro y acomodado refugio de acogida al hampa callejera. Nicolás Perchicot, uno de los característicos magníficos del cine español, compone un abuelo ciego de serial, con todos los clichés de este tipo de papeles marginales y bondadosos al que le corresponden algunas de las líneas argumentales más surrealistas del guión. Antonio Puga como el proxeneta corruptor de la muchacha y Porfiria Sanchiz en el acostumbrado papel de mala malísima que solía representar son los villanos de la función.



El resultado final no convenció ni al público ni a la crítica que fue despiadada con el filme, atribuyéndole frases como estas "Florián Rey ha cubierto con un prestigio ganado en otras ocasiones lo que no merecería llevar su firma de realizador", "los autores de La danza de los deseos quisieron hacer una cosa muy dramática y lo han conseguido, por razones totalmente distintas a las que ellos pensaron" para continuar diciendo "Todo lo que aquí se ve y se oye sólo incita a la risa porque dramático es que a estas alturas haya alguien capaz de escribir guiones como éste, alguien quiera dirigirlos y alguien ponga dinero para convertir todo "eso" en una película", por lo que sorprende siquiera que fuera llevada a concurso en el prestigioso festival de San Sebastián de aquel año. La cinta pasó en general con más pena que gloria por las salas, acabando durante años con la confianza de los productores en las posibilidades de Lola como actriz en otro tipo de argumentos alejados del folclore al uso donde se desarrollaría casi toda su carrera cinematográfica. Habrían de pasar tres décadas para que la artista demostrase en “Truhanes” (1983) de Miguel Hermoso que bien dirigida y en el papel adecuado podía dar mucho más como intérprete de lo que el cine comercial de su tiempo había pedido de ella, demostrando al fin que su talento iba más allá de la representación del estereotipo que ella ayudo a cultivar y promover a lo largo de los años.



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