domingo, 30 de enero de 2022

Paquita Rico... Afrodita en Triana (1ª parte)

 


Esta trianera de espectacular belleza, cálida voz y sensible personalidad, comenzó su carrera como tantas otras estrellas de la época prestando su imagen a la representación del tipismo andaluz en el cine, para pasar pronto a convertirse en la heroína pasional y dramática de varios títulos que pretendían enfocar el género desde una óptica menos tópica pero sin perder el sabor popular y acabó encontrando la consagración como la dulce y delicada María de las Mercedes de Orleans, en uno de los mayores éxitos del cine español de todos los tiempos “Dónde vas Alfonso XII?” (1958), personaje al que permanecerá eternamente asociada del mismo modo que su protagonista masculino, Vicente Parra, quedará por siempre ligado al papel del soberano castizo.


Nació en el popular barrio sevillano de Triana el 19 de octubre de 1930, trascurriendo su infancia entre las humildes estancias de un patio de vecinos, donde prevalecía el hambre y el deseo que convertirse en artista para salir de la miseria en una España sumida en la pesadumbre del racionamiento y el dolor de la postguerra. La situación económica familiar hizo que la chiquilla dejara pronto la escuela para ayudar a en las finanzas del hogar ejerciendo los más dispares oficios, desde niñera a ayudante de peluquería, siempre con el gusanillo del cante peleándose por salir de su esqueleto, lo que le impulsaba a acudir a fiestas y bautizos donde poder dar rienda suelta a su vocación cantando canciones de los ídolos del momento, con Imperio y Estrellita como referentes, ante un público entregado a su gracia y actitudes.
  A la temprana edad de 14 años debutó en la compañía de Pepe Pinto con el sobrenombre de “La trianera de Bronce”, en alusión al color moreno de su piel. Su paso por esta y otras compañías de “arte español” abrieron la puerta de su primera oportunidad cinematográfica, debutando como protagonista a los 18 años en la película “Brindis a Manolete” (1948) de la mano del prestigioso Florián Rey. El título en cuestión pretendía ser un homenaje al llorado diestro cordobés, fallecido un año antes en la plaza de toros de Linares. El papel del torero le correspondió al actor Pedro Ortega que encerraba un asombroso parecido con el popular mataor. Aunque su personaje no tenía demasiada relevancia dentro de la trama, Paquita dio sobradas muestras de su magnífica fotogenia y su talento como tonadillera entonando unas pegadizas “Chuflillas”, dejando entrever que era una personalidad más cinematográfica que teatral, como sucediera con su compañera y amiga Carmen Sevilla, también debutante en aquella época. Aquel mismo año intervendría a las órdenes de Benito Perojo en la comedia “¡Olé torero!”, concebida a mayor gloria del cómico argentino Luis Sandrini, de difícil digestión fuera de América Latina, aunque su carácter de modesta coproducción permitiría a su protagonista obtener un mayor alcance, además de ir cincelando su personalidad cinematográfica y lucirse en la deliciosa interpretación de las coplas “¡Ay, Cartujano!”, “Ojitos de Sol y Sombra” y “Ojos grises”.



En 1949 protagoniza “Rumbo”, que supondría el encuentro con Ramón Torrado, el director con el que trabajó en mayor número de ocasiones y en palabras de la propia artista su auténtico Pygmalion. Torrado sería el responsable de que Paquita se convirtiera en estrella de cine, él fue quien mejor la retrató en sus comienzos, mimando cada uno de los vehículos de la artista, terminado de desarrollar sus posibilidades en la pantalla. Si “Rumbo” era un título rutinario, que contaba una amable historia de amor en el marco de la Feria de Sevilla y la Romería del Rocío, con canciones y previsible final feliz, su siguiente película a las órdenes del director gallego, “Debla, la Virgen gitana” (1949), supondría su consagración definitiva en la pantalla… (continuará)



sábado, 29 de enero de 2022

"Vendaval" (1949) Juan de Orduña

 


“Vendaval” es, posiblemente por su escasa distribución en los circuitos habituales, el título menos conocido de todos cuantos rodaría Juanita Reina a las órdenes de Juan de Orduña, a pesar de ser una de las producciones más suntuosas de la artista e incluir algunos momentos míticos como aquel en que la estrella sevillana interpreta la inmortal zambra “Y sin embargo… Te quiero”. Orduña hizo pruebas para la protagonista a dos jóvenes promesas de entonces que no le terminarían de convencer, eran ni más ni menos que Paquita Rico y Carmen Sevilla. Posteriormente intentó contar con la presencia de Imperio Argentina para dar vida a Soledad Montero, pero la artista había regresado por entonces a Buenos Aires, siendo finalmente Juanita Reina la elegida. 




La película supone un formidable esfuerzo de producción, ya que la historia se desenvuelve en medio de un espléndido despliegue de decorados de cartón piedra que recrean con todo detalle los palacios y salones del Madrid Isabelino y un lujoso vestuario de época, muy al estilo de los títulos que por entonces eran marca de calidad de la casa Cifesa, distribuidora de la cinta que sería producida por el propio Orduña con un presupuesto que rondaría los 4.000.000 millones de pesetas de la época, una cantidad muy elevada que haría que el realizador cediera los derechos de la cinta a la Columbia Films.


El argumento se centra en los últimos años del convulso reinado de Isabel II y las intrigas en torno a la Corte de la castiza soberana interpretada por la actriz italiana Miriam Day. Si bien el espinoso tema político, difícil de desarrollar en plena dictadura franquista se deriva más hacia el melodrama romántico contando los amores de la tonadillera Soledad Montero, interpretada por Juanita Reina, con un capitán de porte aristocrático personificado por el galán Virgilio Teixeira. Por una serie de hechos absurdos y mal desarrollados Juanita se convierte en dama y confidente de la reina, ayudando a esta a destapar una conspiración en contra de su real persona por un grupo de políticos liberales, liderados por el “malvado” Jesús Tordesillas.





El reparto es de “campanillas”, reuniendo a algunos de los actores más populares del momento encabezados por la tonadillera sevillana, que brilla con luz propia seguida muy de cerca por la citada Miriam Day, cuya participación como Isabel II casi roba el protagonismo a la estrella de la cinta, siendo su interpretación muy reconocida en su momento. El portugués Virgilio Teixeira, que trabajaría también con Juanita en “Lola, la Piconera” (1952), sería, como ya se ha comentado, el galán de la historia. Además de su apostura, Teixeira era un actor que transmitía naturalidad y simpatía, lo que hizo que desarrollase una importante carrera en el cine español durante los años cincuenta con una serie de títulos muy populares firmados como “Agustina de Aragón” (1950), “Alba de América” (1951), “La Leona de Castilla” (1951), “Zalacaín, el aventurero” (1954) o “Cañas y barro” (1954), todos ellos firmados por Orduña.  El siempre eficaz Jesús Tordesillas, un poco sobreactuado al estilo declamatorio y teatral del realizador es el villano de la función, mientras que la presencia y voz de Eduardo Fajardo dan vida al coronel Puig Moltó, amante de la reina y parte fundamental del drama. El reparto se completa con la sensacional Lina Yegros como la Condesa de Medina y un jovencísimo José Bódalo como el revolucionario hermano de la protagonista, por cuyo carácter rebelde y liberal, Soledad guarda inquebrantable fidelidad a la soberana, dado que esta le perdonó la vida en el pasado a pesar de sus atentados contra la corona, ensalzando de este modo el papel maternal y caritativo de la monarquía y dejando completamente de lado los desmanes políticos que dieron al traste con el reinado de Isabel II, hasta la restauración constitucional de su hijo Alfonso XII, con el intervalo del reinado del italiano Amadeo de Saboya y la primera república española. Esta es pues una película en la que los revolucionarios son, como conviene a la dictadura, los representantes del caos y el desorden, mientras que la privilegiada aristocracia es mostrada como comprensiva y cercana al modo y costumbres del pueblo llano, representado en la figura de Soledad, dividida entre el amor a su díscolo hermano y la fidelidad a la figura de la reina por quién es capaz de entregar su propia vida.


Juanita Reina luce espectacular entre miriñaques y mantillas, brindando un cuarteto de coplas que hacen las delicias de su público, destacando sobre todas la ya mencionada “Y sin embargo… Te quiero”, que la artista entona en dos ocasiones junto a otras menos conocidas, pero magistralmente interpretadas. Uno de los temas originales de la banda sonora, la divertida “Lorito real”, se presenta dañada en continuos saltos de imagen en la copia que se ha conservado siendo casi inexistente, una lástima ya que por lo que se puede apreciar en la grabación discográfica Juanita Reina da rienda suelta a una faceta cómica y pícara poco habitual en su repertorio. Esta canción fue filmada en los jardines de La Granja de Segovia, prestados por las autoridades para el rodaje a fin de documentar la grandiosidad de la historia. Como interprete se ve afectada del mismo mal teatral con que el realizador madrileño aborda la dirección de actores, especialmente en las escenas dramáticas, ganando en naturalidad en los pasajes más livianos. Orduña había sido actor teatral en su juventud y teñía la interpretación cinematográfica de ese lenguaje intenso y ampuloso que en la pantalla se veía exagerado, ya que la proximidad de la cámara requiere otro tipo de matices diferentes a los de la actuación escénica. Sin embargo, este estilo “marca Orduña” tuvo un gran predicamento en la época, siendo muy del gusto del público, especialmente en los títulos que el director rodó junto a Aurora Bautista, una actriz que también provenía del teatro clásico. Como ya hiciera en la película que convirtió a la artista sevillana en estrella, “La Lola se va a los puertos” (1947), el realizador rodea a la protagonista de una aureola heroica y pasional, capaz de sacrificar el amor y la vida en favor de sus ideales, si bien en esta ocasión alcanza un final feliz.


La copia que se conserva es un tanto deslucida y no permite disfrutar por completo de la importancia del proyecto. La película se dio por perdida durante mucho tiempo, pensando que todos los negativos habían desaparecido en un incendio o se habían deteriorado por la mala conservación del sensible nitrato. Por fortuna se conserva una copia que fue rescatada de Latinoamérica, donde el filme contó con amplia distribución, haciendo que podamos disfrutar, aunque en baja calidad, de un título que nos acerca un poco más al estilo de la estrella, el director y los gustos dictados por el cine de la época.

miércoles, 19 de enero de 2022

Juanita Reina... Últimas producciones y retiro (Final)

 


En 1952 Juan de Orduña le propone protagonizar “La Tirana”, un musical histórico en la línea de sus anteriores colaboraciones con un argumento en torno a la figura de Mª del Rosario Fdez “La Tirana”, una cómica de la época goyesca y sus aventuras amorosas con distintos personajes de su tiempo, pero el proyecto no llegaría a ver la luz hasta seis años más tarde con Paquita Rico como protagonista, quién a su vez sustituía a Sara Montiel que rechazó el papel por considerarlo poco interesante en un momento en el que su carrera estaba despegando de manera imparable gracias precisamente a “El último cuplé” (1957), inesperado taquillazo dirigido igualmente por Orduña, quién parece ser propuso inicialmente a Juanita como protagonista de este filme, pero la artista sevillana consideró el guion demasiado osado para su estilo e imagen pública descartando su participación en la película. En los años sesenta Orduña la propuso también protagonizar una versión en color de “La Lola se va a los puertos”, con una Juanita más acorde a la edad del personaje original ideado por los Machado, pero este proyecto no llegaría nunca a ver la luz, debido posiblemente a que el tirón de la artista sevillana y el cine folclórico había dejado de interesar a un público que por entonces tenía la mirada puesta en los niños prodigio y la música pop.



A la par que rechaza la oferta para protagonizar “La Tirana” se embarca en la arriesgada aventura de fundar su propia productora cinematográfica, “Producciones Reina”, con distribución de Cifesa, para la que rodó su siguiente título “Gloria Mairena” (1952) con dirección de Luis Lucia. La artista se sirvió un argumento a medida donde lucirse como actriz y cantante en el doble papel de Gloria Mairena y Gloria Céspedes, dos cantantes sevillanas, madre e hija, que triunfan en los escenarios en dos épocas distintas. Excusa que permitía a Juanita lucirse en las interpretaciones del pasodoble “Capote de grana y oro” o la “Danza española nº V” del maestro Granados. La cinta era una mezcla de cine folclórico-religioso en el que la estrella interpreta a la hija de una famosa cantante fallecida, con un padre metido a sacerdote tras la muerte de su esposa, que no ve con buenos ojos las inquietudes de la niña por seguir los pasos de la madre en los escenarios. Todo acababa en un previsible final feliz, con boda oficiada por el papa de la protagonista. Con todos estos ingredientes la película gustó al público asiduo de la estrella, convirtiéndose en uno de sus últimos éxitos en la pantalla.



Su siguiente trabajo ante las cámaras sería una nueva versión de “La Virgen del Rocío ya entró en Triana”, la novela de Pérez Lugín con la que había debutado en la pantalla, titulada para la ocasión “Sucedió en Sevilla”. Su belleza había madurado espléndidamente y como actriz aparecía mucho más capacitada que en la anterior versión, aunque la fórmula de señoritos y cortijos empezaba a resultar ya repetitiva en aquel 1954, fecha de estreno de la película. Tras una colaboración extraordinaria en la cinta multiestelar de Luis Lucia “Auropuerto” (1953), donde se interpretaba a sí misma cantando la zambra “Yo soy esa”, llevaría a cabo su última incursión en el cine con “La novia de Juan Lucero” (1958), un título fallido con el rejoneador Angel Peralta de coprotagonista. A pesar de que la estrella volvía por los caminos del melodrama romántico, la historia no terminó de cuajar, haciendo que ni siquiera el atractivo del color logró que los miriñaques y rasos de Juanita funcionasen según lo esperado. Tras este fracaso la estrella toma la decisión de alejarse de las pantallas para centrar su actividad en los escenarios donde seguía reinando por derecho como una de las figuras fundamentales de la canción española, reafirmando esta posición en las giras realzadas por Latinoamérica.



Sobre la escena siguió cosechando éxitos con los espectáculos “La niña valiente”, “El puerto de los amores”, “El libro de los sueños”, “El patio de los luceros” y “Sevilla, trono y tronío” con los que llenó buena parte de los años cincuenta. En la década siguiente, en pleno apogeo de la música pop, aún estrenó con gran fortuna “Coplas de Rosa Pinzón”, “¡Olé con olé y olé!”, “Señorío”, “Filigrana española” y “Al compás de mi cante”. En todos ellos mantuvo alto su sello de calidad y la imagen profesional que le habían hecho famosa. En los años 70 inició paulatinamente una semi retirada del mundo de la canción que nunca confirmó completamente, reservando sus apariciones a esporádicas intervenciones en teatro, televisión y salas de fiesta, de forma cada vez más espaciada. Reaparecería en honor de multitudes con el espectáculo “Azabache” durante las celebraciones de la Expo de Sevilla de 1992, acompañada de figuras de la talla de Imperio Argentina, Nati Mistral y Rocío Jurado. Aunque su voz se escuchaba notablemente resentida por el paso del tiempo, su categoría artística y presencia en escena levantaron las más encendidas ovaciones de un público para el que ya constituía un mito viviente.


En lo personal hizo gala de la misma discreción y señorío que la caracterizó a lo largo de toda su vida. Solo se le conoció un romance con el bailarín Federico Casado “Caracolillo”. Se conocerían trabajando juntos contrayendo matrimonio el 15 de Julio de 1964 en la catedral de Sevilla y al que permaneció felizmente unida hasta su muerte acaecida el 19 de marzo de 1999. Con ella se marchó uno de los puntales de la Copla. Nos dejó para el recuerdo una galería de títulos inolvidables, cantados y vividos de forma insuperable por una artista con mayúsculas y el recuerdo de un tipo de cine, en el que con su belleza y su voz supo traspasar la pantalla para grabar su imagen en la memoria del tiempo y la historia de nuestra cinematografía.


martes, 11 de enero de 2022

"La danza de los deseos" (1954) Florián Rey



 Esta película se recuerda sin duda como uno de los títulos más pretenciosos y fallidos en la carrera de la gran Lola Flores, dirigido por un otrora glorioso Florián Rey en sus horas más bajas. “La Faraona” se encontraba en su momento de máxima popularidad tras su reciente triunfo en América, con una gloriosa gira de dos años que le había llevado por los mejores teatros de las capitales Latinoamericanas y Nueva York con gran éxito. Tras la separación artística del cantaor Manolo Caracol, con quién había formado una pareja mítica para los anales de la historia del flamenco y la copla, Lola firmaría un sonado contrato con el productor de cine Cesáreo González consistente en seis millones de pesetas de 1952, una cifra astronómica para la época con la que el avispado empresario gallego obtuvo la exclusiva de la artista más popular del momento consiguiendo sin duda una de sus inversiones más saneadas, dado el formidable éxito de la jerezana allá donde su arte y talento se hiciera presente.



Cesáreo fue el principal responsable del primer viaje de Lola a tierras americanas con presentaciones personales de apoteósico triunfo y una serie de títulos rodados en los estudios mexicanos durante la época dorada de esta cinematografía. A su regreso la fama de la artista se había disparado y el productor le preparó un espectacular y publicitado recibimiento multitudinario en el aeropuerto de Barajas digno de una estrella internacional, que aún se recuerda en los archivos del NODO de la época.


Con esta racha de triunfos encadenados parecía que Lola era un valor seguro y atendiendo los deseos de la artista de plasmar su vena más dramática en la pantalla se planteó esta producción con la que se pretendía dar un giro a su imagen cinematográfica de gitana alegre y temperamental de peina y lunares, sin embargo el argumento resultó tan surrealista y poco creíble que cualquier esperanza de edificar una carrera con papeles más dramáticos en torno al mismo resultaría impensable, así como el fracaso del filme inevitable. Ramón Perelló ideó una historia que presentaba a Lola como Candela, la hija de un contrabandista que es abandonada en un islote a la muerte de su padre con la única compañía de un viejo ciego y su lazarillo. La muchacha crece cual tarzana alejada de la civilización, nadie sabe muy bien donde se encuentra esta isla semi desierta, sin ningún tipo de conocimiento del mundo. Hasta el solitario islote llega un día un apuesto galán, José Suárez, del cual la muchacha se enamora abandonando la isla y colándose de polizón en su barco hasta Marsella, con gran disgusto de la prometida de este que ve en la salvaje una atractiva rival. Por una serie de infantiles circunstancias, mal traídas y peor contadas, la protagonista se escapa de la casa de su protector cayendo en el mundo de la prostitución y los bajos fondos, siendo rescatada por el galán para morir en sus brazos en la isla donde enterraron de niña a su padre. Todo un dramón de tomo y lomo, más digno de serial radiofónico que de película seria.


Este imposible encargo cayó en manos de Florián Rey, quién sin duda lo aceptó como un título “alimenticio” para seguir trabajando en un momento en el que su carrera como realizador estaba agonizando y en el que se refleja la desgana con la que es acogido el proyecto por su parte, ofreciendo una dirección con un lenguaje rutinario y poco cuidada en sus detalles, limitándose a retratar en planos medios y cortos a la protagonista y poco más. El guión no tiene ni pies ni cabeza, empezando por la interrogante de que unos personajes de origen español vivan en Marsella sin explicación alguna, lo que apunta que posiblemente fue una de las condiciones de la censura para mostrar el ambiente de decadencia y prostitución fuera de una ciudad española, algo bastante habitual en la época, ya que cualquier sugerencia por velada que fuera a este tipo de ambientes y costumbres solía atribuirse a otros países o culturas, alejando la moral española de este tipo de vidas. Florián no pone ningún cuidado en los detalles, por lo que tampoco se entiende porque en una ciudad francesa todos los personajes se relacionan entre sí en español independientemente de su nacionalidad. Por su parte la interpretación de Lola resulta histérica y desmadrada en las escenas dramáticas, y plana y falta de matices en las partes más sensibles. Sin embargo, la publicidad pagada de Suevia Films se encargó de presentar la cinta con eslóganes tan pomposos como “Una nueva Lola Flores en una película que causará sensación”, “La consagración de Lola Flores como primerísima actriz dramática”, “Distinta a todas sus creaciones anteriores, Lola Flores le entusiasmará en La Danza de los deseos”. Con tales premisas la artista esperaba obtener el premio a la mejor actriz en el Festival de Cine de San Sebastián de aquel año, para el que había sido nominada, y no pudo disimular su enfado cuando este fue a parar a manos de Marisa de Leza por su sensible interpretación en “La patrulla” (1954) de Pedro Lazaga. Lola montó en cólera por no haber obtenido el deseado reconocimiento cargando contra la ganadora e insultándola, siendo la actriz Amparo Rivelles quién relajó la tensión del momento afeando a la jerezana su actitud y haciéndole ver que ella no era culpable de la decisión del jurado.

Como ya se ha comentado el filme fue un fracaso tan sonado como su promoción, siendo recordado por la polémica que rodeó su estreno y el intento de Lola por convertirse en una especie de Anna Magnani a la española. Seguramente buscando el referente de las sensuales “maggiorata” italianas, la artista presentaba un vestuario en la primera parte de la historia que mostraba su espléndida carnalidad hasta donde los límites de la férrea censura franquista permitían. Vista hoy sorprenden, en una película española de 1954, las prendas mojadas de la protagonista resaltando el escote sin sujetador y la falda raída mostrando generosamente las piernas en las escenas de la isla, o la escena de la seducción en el hostal donde “pierde la honra” en brazos de un chulo portuario de pocos escrúpulos. A pesar de todo es un filme que resulta interesante y curioso por su barroquismo y neorrealismo bastardo.


Como en casi todas las películas de Lola lo más disfrutable a día de hoy son los números musicales, innecesarios a nivel argumental ya que no aportan nada a la historia y fueron rodados sin duda como concesión a lo que el público esperaba ver en la película, pero donde mejor se justifica su talento único y subyugante, atrapando al espectador con la fuerza de su temperamento sin igual, tanto en los bailes como en las canciones.


El resto del reparto, aunque excepcional, se ve igualmente lastrado por lo pueril de las situaciones y el planteamiento del argumento. El galán José Suárez intenta dar sobriedad a un personaje que podría haber tenido un mayor desarrollo interno, debatiéndose con más claridad entre la pasión y el deber, pero con el que poco puede hacer, ofreciendo a pesar de todo una interpretación mucho más contenida y natural que el resto. María Dolores Pradera como la prometida de este, se muestra altiva y distante, prestando su elegante figura a un personaje que pasa casi de puntillas por la trama sin despertar mayor interés que el de provocar la huida de Candela del seguro y acomodado refugio de acogida al hampa callejera. Nicolás Perchicot, uno de los característicos magníficos del cine español, compone un abuelo ciego de serial, con todos los clichés de este tipo de papeles marginales y bondadosos al que le corresponden algunas de las líneas argumentales más surrealistas del guión. Antonio Puga como el proxeneta corruptor de la muchacha y Porfiria Sanchiz en el acostumbrado papel de mala malísima que solía representar son los villanos de la función.



El resultado final no convenció ni al público ni a la crítica que fue despiadada con el filme, atribuyéndole frases como estas "Florián Rey ha cubierto con un prestigio ganado en otras ocasiones lo que no merecería llevar su firma de realizador", "los autores de La danza de los deseos quisieron hacer una cosa muy dramática y lo han conseguido, por razones totalmente distintas a las que ellos pensaron" para continuar diciendo "Todo lo que aquí se ve y se oye sólo incita a la risa porque dramático es que a estas alturas haya alguien capaz de escribir guiones como éste, alguien quiera dirigirlos y alguien ponga dinero para convertir todo "eso" en una película", por lo que sorprende siquiera que fuera llevada a concurso en el prestigioso festival de San Sebastián de aquel año. La cinta pasó en general con más pena que gloria por las salas, acabando durante años con la confianza de los productores en las posibilidades de Lola como actriz en otro tipo de argumentos alejados del folclore al uso donde se desarrollaría casi toda su carrera cinematográfica. Habrían de pasar tres décadas para que la artista demostrase en “Truhanes” (1983) de Miguel Hermoso que bien dirigida y en el papel adecuado podía dar mucho más como intérprete de lo que el cine comercial de su tiempo había pedido de ella, demostrando al fin que su talento iba más allá de la representación del estereotipo que ella ayudo a cultivar y promover a lo largo de los años.