A pesar de ser concebido como una producción de alto presupuesto y calidad “Bambú” se convirtió en el primer fracaso cinematográfico de Imperio Argentina en una carrera hasta entonces jalonada de éxitos. De este modo la fortuna comercial de la que había sido la mayor estrella de nuestro cine comenzaba a apuntar síntomas de agotamiento. No es ajeno a ello la falta de entendimiento que, al parecer, se produjo entre la temperamental artista y el director de la cinta José Luis Sáenz de Heredia y la mala elección del personaje, ya que Imperio interpretaba a una indígena adolescente cuando la actriz contaba ya 35 años, despropósito que se veía acentuado ante la insultante juventud y belleza de su antagonista en la cinta, una casi debutante Sarita Montiel de 17 años de edad.
Tras el éxito comercial y de crítica que supuso su anterior película “Goyescas” (1942) dirigida por Benito Perojo, Imperio Argentina se embarca en este proyecto que a priori tenía todos los elementos para resultar un nuevo triunfo en su carrera. Por un lado estaba la música de Ernesto Halffter, uno de los compositores españoles más importantes del siglo XX discípulo directo de Manuel Falla, que compuso una partitura extraordinaria que mezclaba con acierto ritmos españoles y cubanos. A la banda sonora de Halffter se sumaban canciones populares del cubano Moisés Simón autor de "El Manisero" De otro la dirección de José Luis Sáenz de Heredia, el director favorito de aquellos años y uno de los profesionales más importantes de su tiempo a cuyo compás se movía el resto de la producción española del momento. El reparto de la película era así mismo excepcional. El galán Julio Peña en la cumbre de su popularidad gracias fundamentalmente a su participación en títulos militares y las comedias blancas de Juan de Orduña. Fernando Fernán Gómez como galán cómico, que realiza una formidable interpretación equilibrando los excesos melodramáticos de la cinta. Y los magníficos secundarios Alberto Romea, José Mª Lado, Fernando Fdez de Córdoba y Julia Lajos, todos ellos actores de primerísima categoría imprescindibles en la pantalla española de aquellos tiempos. Para finalizar la breve, pero destacable intervención de una rubia y jovencísima Sarita Montiel, que iniciaba por aquel entonces su carrera, defendiendo con acierto el papel de la repipi y consentida hija del gobernador militar de la isla de Cuba.
Sin embargo todos estos elementos no bastaron para convencer al público con una historia que resultaba demasiado pretenciosa y quedaba un tanto desangelada en su resultado final, aunque hay que reconocer que la cinta no está exenta de aciertos, como corresponde a la siempre eficaz dirección de Saenz de Heredia un hombre gran conocedor de su oficio, que en esta ocasión se muestra demasiado académico para un film que hubiera necesitado un ritmo más ágil y desenfadado como corresponde a un musical. Vista hoy da la sensación de que todos los artífices de la película abordaron el proyecto con una gravedad que hizo naufragar un filme que con un tratamiento menos elitista y más popular hubiera resultado infinitamente más atractivo.
El argumento cuenta la historia de amor entre Bambú, una muchacha cubana que canta primorosamente y vende fruta por las calles de la Habana y un compositor español al que el fracaso profesional y amoroso le llevan a alistarse como soldado en la isla antillana. Allí conocerá a la muchacha surgiendo entre ambos una pasión que se verá truncada por las revueltas políticas locales que pondrán un punto final dramático al romance, momento que es aprovechado por el guion para una desmadrada apoteosis en la que cabe de todo hasta un cuerpo de baile disfrazado de indígenas teñidos entre los que se encontraba una figurante desconocida llamada Nati Mistral pintada de chocolate.
Imperio hace lo que puede con un papel bastante desdibujado que no le va en absoluto a pesar del empeño que ella pone en defenderlo con un acento que a veces resulta más andaluz que cubano, haciendo que incluso una actriz tan competente como ella salve a duras penas la función. Lo mejor de la cinta es sin duda la parte musical, tanto la orquestal como los cantables que la estrella interpreta con su calidad y buen gusto habituales, en una partitura difícil que pone a prueba su registro vocal saliendo airosa gracias sus años de estudio clásico. Su voz lírica, diáfana, llena de cadenciosa dulzura vuela sobre las notas de la banda sonora remarcando la belleza de la misma, dando cuenta de la sabiduría y talento musical de esta excepcional artista.
Como anécdota cabe comentar que, de manera incomprensible, en Italia la película llevaría por título "Lolita", utilizado seguramente con la intención de delatar su procedencia española usada como reclamo comercial para el público de aquél país. Tras la fría acogida de “Bambú” la estrella partiría rumbo a su país natal, Argentina, donde interpretaría sus siguientes títulos a las órdenes del madrileño Benito Perojo, otro de los nombres fundamentales de nuestro cine, que también se había afincado en este país buscando reactivar su carrera como director.
Al comenzar la década de los setenta, la dictadura franquista daba ya síntomas de agotamiento y el gobierno intentó llevar a cabo una maniobra de tímido aperturismo que tuvo al cine como uno de sus principales escaparates. Los jóvenes directores venían empujando fuerte con otro modelo de cine muy distinto tanto en temática como en estética. Llegado este punto la continuidad cinematográfica de Carmen Sevilla parecía seguir el mismo destino que la del resto de sus compañeras de generación, que alejadas en su mayoría de la pantalla habían sido desterradas a la televisión y las salas de fiesta donde intentaban dar continuidad a sus carreras adecuando su repertorio y estilo a los nuevos tiempos que se avecinaban. Sin embargo la actriz sorprendió a propios y extraños en lo que fue una decisión arriesgada y valiente, adaptando su físico y su carrera a las necesidades del nuevo cine español.
Surgió así la imagen de una estrella adulta que sumándose a la corriente del destape intervendría en diversas comedias picantes y dramas pseudoeróticos de desigual calidad dirigidos por autores noveles con distintas inquietudes. La revelación llegaría con el filme de suspense "El techo de cristal" dirigido en 1971 por Eloy de la Iglesia, donde se hablaría de una nueva Carmen Sevilla que no solo se mostraba físicamente sino que se revelaba como una competente actriz, mostrando nuevos matices en una historia difícil con una exigencia mayor que la del género amable y desenfadado que había representado hasta el momento. Seguramente atraído en gran parte por la publicidad y el morbo generado, la película obtuvo un enorme éxito, superando el millón de espectadores y obteniendo para su protagonista el premio a la mejor actriz del Círculo de Escritores Cinematográficos e idéntico galardón otorgado por el Sindicato Nacional del Espectáculo, equivalente a los actuales premios Goya de la Academia de Cine. Esta circunstancia daría un enorme impulso a su carrera protagonizando en una línea similar títulos importantes de esa época como "Nadie oyó gritar" (1973) dirigida de nuevo por Eloy de la Iglesia, "No es bueno que el hombre esté solo" (1972) de Pedro Olea, "La Loba y la Paloma" (1974) de Gonzalo Suárez o "La cera virgen" (1972) de José Mª Forqué. Todos estos filmes tuvieron una interesante distribución fuera de nuestro país, lo que hizo que la actriz mantuviera su categoría estelar a lo largo de toda la década.
Al mismo tiempo que se convertía en musa del nuevo cine español, explotaba una línea sexy en diversas comedias menos interesantes, pero de fácil digestión en un momento en el que el espectador español estaba ávido de pantorrillas, cuyos títulos lo dicen todo "Un adulterio decente" (1969), "El apartamento de la tentación" (1971), "Terapia al desnudo" (1975), "Nosotros los decentes" (1976) y un nutrido número de filmes similares. En aquellos años su matrimonio con Algueró estaba tocando a su fin a consecuencias de las continúas infidelidades del compositor y en palabras de la artista esta fue su forma de sentirse aún atractiva y reafirmar su autoestima como mujer.
A pesar de su imagen cándida y tradicional, Carmen siempre demostró gran inteligencia a la hora de planificar su carrera y haciendo gala de ello decidió retirarse del cine en pleno éxito antes de que su belleza comenzara a marchitarse y de que su personaje pasara de moda. Así con la película "Rostros" (1978) de Juan Ignacio Galván, protagonizada junto al cantante Juan Pardo y a la nueva estrella erótica Bárbara Rey, dio por terminada su etapa en el cine a los 48 años de edad. Parece ser que en esta decisión influiría de manera importante la relación que la actriz había iniciado con el distribuidor Vicente Patuel, poseedor de una cadena de cines en Madrid, que en el otoño de 1985 se convertiría en su segundo marido, tras conseguir el divorcio de Algueró.
Durante algunos años se la pudo seguir viendo en diversos espectáculos teatrales junto a figuras como Paquita Rico o Juanita Reina y estrellas incipientes de la canción como Concha Márquez Piquer y María Jiménez. A mediados de los años 80 Carmen desapareció con absoluta discreción para retirarse a vivir en el campo junto a Vicente Patuel. Nos llegaban noticias esporádicas a través de las revistas del corazón de la bucólica vida de Carmencita alejada del mundanal ruido en la finca extremeña de Herrera del Duque, que el empresario había adquirido tras la venta de sus cines.
Cuando todo el mundo daba por terminada su carrera, el gusanillo del arte volvió a tentarla en la persona de Valerio Lazarov, director a principios de los noventa de la cadena privada de televisón Tele5. En 1991 Carmen efectuaba su reaparición ante el público presentando un popular sorteo de lotería. Como antaño, obtuvo una popularidad inmensa a base de su carisma y un torrente de despistes en directo, pero sobre todo blandiendo sus mejores armas, aquellas que la hicieron acreedora del sobrenombre de "Novia de España", su ternura, simpatía, sensibilidad y capacidad de traspasar la batería para hacerse un lugar en el corazón de los espectadores. Su éxito se mantuvo intacto durante dos décadas en diferentes cadenas y programas de televisión, algunos como "Querida Carmen" (1997) pensados especialmente para ella. Ni siquiera el inesperado fallecimiento de Patuel, que la dejó desolada, fue capaz de apartarla de los focos y el cariño del público. Únicamente sería el Alzheimer el que de forma cruel apartase para siempre a la encantadora Carmen Sevilla de los ojos del espectador. En 2010 le sería diagnosticada esta triste enfermedad que venía deteriorando su imagen desde tiempo atrás desdibujando su personalidad en los caminos del recuerdo. La actriz se vio forzada a abandonar su trabajo en el espacio "Cine de Barrio", programa dedicado al cine español que venía presentando desde hacía siete años, siendo ingresada en una clínica donde tratar su estado.
Su última aparición ante las cámaras mostraba a una mujer perdida pero que al ver los objetivos de la prensa aún regalaba su sonrisa y lanzaba una pose flamenca a los periodistas. Sus admiradores queremos pensar que quizás en el túnel perdido de la memoria aún se mantenga la luz de esa estrella que la llevó a brillar alto y con fuerza recordándola quién fue... "Revoltosa", "Violetera Imperial" y sobre todo esa "Carmen de España" que hechizo con su sonrisa y encanto a todo un país y hasta el propi0 Mérimée.
A mediados de los años cincuenta Lola inicia su segunda gira triunfal por toda América latina, con presentaciones personales en los mejores locales de las principales capitales, además de iniciar una frenética actividad cinematográfica en México donde poco a poco se va convirtiendo en un ídolo de primera magnitud. Por aquel entonces los estudios aztecas estaban viviendo su época de oro, siendo los más importantes y con más proyección de toda Sudamérica. Allí Lola rueda "Lola Torbellino" (1955) , "La Faraona" (1956), "Limosna de amores" (1955), donde nos obsequiaba con otro formidable número final en su interpretación de la zambra que da título al filme y que recuerda a su soberbia creación de "Pena, penita, pena", "Sueños de Oro" (1956) y "Maricruz" (1957). En todos ellos la artista se ve acompañada de los principales actores del momento y figuras de la canción como Miguel Aceves Mejía, Antonio Badú o el compositor Agustín Lara, utilizándose la vieja fórmula de mezclar el folclore de ambos países para asegurar su distribución en ambos lados del Atlántico. Estos filmes irían bajando el listón de forma alarmante, siendo en su mayoría destinado a programas dobles en cines de barrio de consumo rápido y en los que la mayor importancia reside en lo que la estrella aporta de su personalidad y talento, quedando como simples catálogos de su arte único y personalísimo. Cuando además se intentó recurrir a ciertos "ballets de calidad" el mal gusto rozaría extremos alucinantes, como aquel en el que Lola se arriesgaba bailando el mismísimo bolero de Ravel en medio de una coreografia llena de falso tipismo al gusto de lo que por aquel entonces se exportaba como "marca España".
Entre tanto desvarío quedaba postergado el que hubiera sido a todas luces su proyecto más interesante en tierras mexicanas, un argumento que la emparejaría con una de las diosas de la cinematografía azteca, María Félix. A pesar de lo explosivo del encuentro entre dos estrellas de personalidad tan poderosa o quizás a consecuencia de esto, la idea nunca llegó a ver la luz. Es en México donde le ponen el apodo de "La Faraona" y donde la artista forja una parte de su leyenda, confirmando el idilio que la uniría al Continente Americano y que alcanzaría su cenit en el legendario homenaje promovido por Julio Iglesias en Miami en 1990 donde participaron los principales artistas de habla hispana del momento, tanto españoles como sudamericanos.
A su regreso a España tras dos años de ausencia se presenta con enorme éxito en los escenarios con el espectáculo "Arte español", con un cartel que incluía al cantaor Rafael Farina, a su hermana Carmen Flores y a un guitarrista llamado Antonio González, con el que la artista establecería una química especial desde el primer momento, lo que haría que la temperamental Lola, muy distinta a las mujeres de su época, iniciase todo un plan de conquista por obtener su amor. Ya a principios de los años cincuenta, a la par que se convertía en una de las artistas más populares de su tiempo, crecía su leyenda de hembra apasionada que anteponía la naturalidad de sus sentimientos al puritanismo y la doble moral imperante, viviendo sonados romances con los futbolistas "Biosca" y "Coque", los toreros "Gallito" y Manolo González y el actor Rafael Romero Marchent, con quién incluso llegó a anunciar su boda a bombo y platillo en las revistas del momento. Sin embargo tras numerosas aventuras en las dos mitades del mundo que alimentaban el morbo y la curiosidad de las gentes de la calle, Lola decidió llegado el momento de acceder a la respetabilidad social al enamorarse perdidamente de Antonio,un gitano barcelonés del barrio de Gracia pionero de la rumba catalana... (continuará)