Basada en una novela de Armando Palacio Valdés, esta obra ya se erigió como un gran éxito en su primera adaptación a la pantalla en el período mudo dirigida igualmente por Florian Rey y protagonizado por Imperio Argentina, que debutaba ante las cámaras en el papel de la singular monja, iniciando una interesante carrera que la llevaría a convertirse en la mayor estrella del cine hispano. Con esta nueva versión actriz y director consiguen el primer triunfo importante del cine sonoro español, elevando a Imperio a la categoría de mito de la pantalla. A partir de este título Imperio gozaría de un estatus que ninguna otra estrella de nuestro cine había disfrutado hasta ese momento y que se vería incrementado en las siguientes colaboraciones junto a Florian, que se convertiría en su esposo en el mismo año en que se realizó esta película. A pesar de esto el proyecto había sido inicialmente planteado para ser dirigido por Benito Perojo con Antoñita Colomé como protagonista, según cuenta la propia actriz en su biografia. Pero Imperio, que contaba ya con una gran influencia en el cine debido a sus éxitos en Joinville hizo avances con el autor de la novela para obtener el papel con Florián en la dirección, desplazando de este modo a la Colomé y al realizador madrileño, algo que la artista sevillana recordaría siempre como una mala jugada por parte de Imperio, ya que estaba convencida de que el papel de la protagonista asentaría su carrera como actriz popular.
Sin embargo como tantas veces Imperio no solo está extraordinaria en su cometido como actriz y cantante, sino que es el alma de la cinta. Desde el momento en que la cámara se encuentra con ella se produce un derroche de simpatía, talento interpretativo y fotogenia a partes iguales, haciendo que los ojos del espectador permanezcan fijos en la actriz, atentos tan solo a cuando diga y haga en la historia. Mención aparte merecen los números musicales que la voz de la artista convierten en imperecederos, conociendo de inmediato una gran popularidad, especialmente las sevillanas que permanecen ligadas a su memoria y repertorio, las famosas "¡Viva Sevilla!" que ella interpreta con ligereza y picardía acompañándose tan solo de una guitarra y unas castañuelas. El otro plato fuerte sería la petenera "Niño que en cuero y descalzo" de dificilísima ejecución, donde Imperio demuestra una técnica vocal sencillamente extraordinaria.
El resto del reparto se limitan a acompañar el protagonismo absoluto de la artista porteña, destacando por méritos propi0s el cómico Miguel Ligero, que lograría afianzar su carrera en cine con esta película presentando uno de sus tipos característicos de andaluz chistoso, en este caso un tanto retorcido. De los demás intérpretes de la cinta ninguno tendría una continuidad cinematográfica, entre ellos se encuentran el galán Salvador Soler Mari y la característica Ana Adamuz, una de las figuras más importantes del teatro español de principios del siglo XX.
Florian Rey realiza una buena labor por más que se noten aún más de la cuenta las limitaciones impuestas por el incipiente sistema de sonido, que le impiden dar a la película el ritmo y la fluidez narrativa de la que estaban dotados sus títulos silentes, en especial "La aldea maldita" (1930), considerada la obra maestra del cine mudo español. Tendrían que llegar sus siguientes títulos junto a Imperio para que lo mejor de su talento y creatividad comenzase a dar sus frutos. Aún así el éxito de la cinta fue apoteósico, colocándose a la cabeza de la recaudación de ese año, superando incluso a las cintas americanas estrenadas esa temporada. La fortuna comercial del filme se extendió al mercado Europeo e Hispanoamericano abriendo las puertas internacionales a nuestro cine.
Los exteriores de la película fueron rodados en el balneario de los Hervideros de Cofrentes, propiedad del productor, y los interiores en los estudios Ecesa de Aranjuez inaugurados un año antes con otra producción dirigida por Rey e interpretada por Imperio, "El novio de mamá" (1933), en la que también intervendría Miguel Ligero y que supuso el reencuentro de actriz y director tras el paréntesis de Joinville, localidad en la que se desarrollaría toda la producción española durante los primeros años del sonoro, en espera de que la producción española se encontrase en condiciones iniciar rodajes con sonido.
Como dato anecdótico cabe comentar que en el momento de su estreno la película supuso un pequeño escándalo en los sectores sociales más conservadores, ya que mostraba una monja que prefería el cante y baile por sevillanas a los rezos y la vida monástica, a la par que el amor del galán a su vocación religiosa. De echo en las posteriores versiones del mismo asunto realizadas por Luis Lucia en 1952 y 1970 respectivamente, este apunte aparecía convenientemente dulcificado al presentarnos a la protagonista antes de ingresar como religiosa, dando cuenta de su escasa vocación, presentándola como una muchacha buena e impulsiva que busca en los hábitos una salida a su vida regalada, además de añadir el personaje de un sacerdote como mediador de la historia de amor con el doctor Ceferino Sanjurjo, que en todo momento duda del compromiso real de Gloria con la vida monacal, lo que marca una diferencia de matiz importante entre el modo de contar historias en la etapa republicana, respecto al cine de la dictadura.
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