miércoles, 4 de mayo de 2022

Sara Montiel… Los años gloriosos (4ª parte)

 


Tras el éxito de “La Violetera”, Sara se pone a las órdenes de Tulio Demicheli para rodar una enésima versión de “Carmen”, la tentadora hispana por excelencia. La belleza y sensualidad de la Montiel hacen de “Carmen, la de Ronda” (1959) un monumento al esplendor carnal y magnetismo erótico de la actriz, que mezclada con la galanura del francés Maurice Ronet, es dinamita pura. La pareja repetiría en una entretenida comedia musical “Mi último tango” (1960) y una mediocre aventura de espionaje “Noches de Casablanca” (1963), en la que se empezaba a apuntar el desgaste de la repetitiva fórmula. Aunque el declive de su carrera se encontraba muy lejano al comenzar la década de los sesenta, en la que Sara continuó triunfando clamorosamente. 


“Pecado de amor” (1961), fue un melodrama musical dirigido por Amadori cuyo título inicial, “Cabaretera”, fue prohibido por la censura al considerarlo demasiado osado, ya que hacía referencia a los clubs nocturnos y las chicas de alterne. En el Sara interpreta a la amante del dueño del local en el que actúa, que a su vez se enamora de un elegante y maduro abogado, cuya mujer está recluida en un sanatorio por enajenación mental. Si a ello añadimos que aparecía como madre soltera y que era pretendida a su vez por el hijo de su amado, se comprenderá que la censura de entonces montase en cólera. Tantas pasiones encontradas solo podían tener una salida para la moral de la época... La protagonista acababa metida a monja y asistía desde el coro de la iglesia a la boda de su propia hija, que había sido adoptada por el hombre de su vida. En medio de tanto desmadre Sara tuvo tiempo de interpretar una docena de canciones por medio mundo al amparo de las giras triunfales de su personaje. Pensando en el mercado internacional se recurrió de nuevo a un galán extranjero, el norteamericano de sienes plateadas Reginald Kernan, tan apuesto como soso. Ni que decir tiene que el explosivo cóctel de pecado, tragedia y melodías famosas como “El día que me quieras”, “Los nardos”, “El pichi” o el “Tápame, tápame” volvió a arrasar en las taquillas de una España ávida de picardías.


En 1961, su todavía marido, Anthony Mann, viaja a España contratado por Samuel Broston para rodar “El Cid” con Charlton Heston y piensa en su esposa para interpretar a la protagonista femenina. Pero ella declinó la oferta aludiendo, que era una película de hombre y que Doña Jimena se pasaba la vida encerrada en un convento. Lo cierto es que su matrimonio con Mann estaba dando las últimas bocanadas y la estrella prefirió iniciar una gira con presentaciones personales en toda Latinoamérica, para poner distancia entre ambos. Doña Jimena fue finalmente interpretada por una sensacional Sofía Loren en el esplendor de su belleza.


Regresó a la “Belle Époque” con “La Reina del Chantecler” (1962)
  y “La Bella Lola” (1962). El primero de ellos era la historia de la cupletista “Bella Charito”, que entre canción y canción se ve involucrada en una infantil trama de espionaje de la que participa la mismísima “Mata-Hari”. Como lo que importaba realmente eran los tempestuosos amores de la estrella, tuvo dos galanes para ella sola. El argentino Alberto Mendoza, en el papel de amante canalla, y el italiano Luigi Giuliani, en el prototipo de galán angelical. Como era habitual en los dramas de Sara, en castigo a tanta conducta pecaminosa acababa perdiendo a ambos. En cuanto a “La Bella Lola”, fue la primera de las tres películas que rodó contratada por los hermanos Balcázar y la única que obtuvo el éxito de sus anteriores títulos. Era una versión más o menos confesada de “La Dama de las Camelias”, donde interpreta a una especie de Margarita Gautier castiza que sufría lo indecible por amor a su Armando y se convierte en la moribunda más bella e inexpresiva de la historia del cine. A sus pies otro galán de campanillas, el italiano Antonio Cifariello, cuya apostura robaba los corazones de las jovencitas de la época.


“Noches de Casablanca” (1963), fue una pobrísima historia de espionaje que rozaba el ridículo y era tan solo un pretexto para los amores y canciones de la estrella, que lucía espectacular en números como “Tatuaje”, “Quizás, quizás, quizás” “La vida en rosa” o la célebre “Bésame mucho”, que se convertiría en uno de los títulos fundamentales de su repertorio. Mientras que “La dama de Beirut” (1964), era un tremendo drama que abordaba “la trata de blancas” de forma tan banal como increíble y en el que una vez más lo que importaba era ver a la estrella haciendo el máximo tiempo posible de ella misma, mientras una corte de galanes caía rendidos a sus pies. En esta ocasión Sara contó con uno de los peores partenaires de toda su filmografía, el italiano Giancarlo Del Duca, un actor bastante limitado que se convertiría en uno de sus grandes amores hasta casi el final de sus días. Estos serían sus últimos trabajos para los Balcázar y ambos pretendían dar cierto aire de modernidad al barroco personaje de la estrella, insuflándole un tinte cosmopolita que no funcionó de cara a la taquilla tan bien como sus anteriores vehículos. Lo mismo sucedería con “Samba” (1964), filme dirigido por Rafael Gil con exteriores en Brasil y un presupuesto que superaba los treinta millones de pesetas, sin que tanto derroche de medios lograra levantar la mediocridad de una historia pueril con tintes de novela policiaca por entregas, con el mercado negro de diamantes como excusa y en la que la estrella se veía inmersa en una trama de dobles identidades, mientras canta temas del folclore local con las playas de Copacabana, Bahía y el carnaval brasileño como fondo… (continuará)



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