Tras el éxito de “La Violetera”, Sara se pone a las órdenes de
Tulio Demicheli para rodar una enésima versión de “Carmen”, la tentadora
hispana por excelencia. La belleza y sensualidad de la Montiel hacen de
“Carmen, la de Ronda” (1959) un monumento al esplendor carnal y magnetismo erótico de la actriz, que mezclada con la galanura del francés Maurice Ronet,
es dinamita pura. La pareja repetiría en una entretenida comedia musical “Mi
último tango” (1960) y una mediocre aventura de espionaje “Noches de
Casablanca” (1963), en la que se empezaba a apuntar el desgaste de la
repetitiva fórmula. Aunque el declive de su carrera se encontraba muy lejano al
comenzar la década de los sesenta, en la que Sara continuó triunfando
clamorosamente.
“Pecado de amor” (1961), fue un melodrama musical dirigido por Amadori
cuyo título inicial, “Cabaretera”, fue prohibido por la censura al considerarlo
demasiado osado, ya que hacía referencia a los clubs nocturnos y las chicas de
alterne. En el Sara interpreta a la amante del dueño del local en el que actúa,
que a su vez se enamora de un elegante y maduro abogado, cuya mujer está
recluida en un sanatorio por enajenación mental. Si a ello añadimos que
aparecía como madre soltera y que era pretendida a su vez por el hijo de su amado,
se comprenderá que la censura de entonces montase en cólera. Tantas pasiones
encontradas solo podían tener una salida para la moral de la época... La
protagonista acababa metida a monja y asistía desde el coro de la iglesia a la
boda de su propia hija, que había sido adoptada por el hombre de su vida. En
medio de tanto desmadre Sara tuvo tiempo de interpretar una docena de canciones
por medio mundo al amparo de las giras triunfales de su personaje. Pensando en
el mercado internacional se recurrió de nuevo a un galán extranjero, el
norteamericano de sienes plateadas Reginald Kernan, tan apuesto como soso. Ni
que decir tiene que el explosivo cóctel de pecado, tragedia y melodías famosas
como “El día que me quieras”, “Los nardos”, “El pichi” o el “Tápame, tápame”
volvió a arrasar en las taquillas de una España ávida de picardías.
En 1961, su todavía marido, Anthony Mann, viaja a España
contratado por Samuel Broston para rodar “El Cid” con Charlton Heston y piensa
en su esposa para interpretar a la protagonista femenina. Pero ella declinó la
oferta aludiendo, que era una película de hombre y que Doña Jimena se pasaba la
vida encerrada en un convento. Lo cierto es que su matrimonio con Mann estaba
dando las últimas bocanadas y la estrella prefirió iniciar una gira con
presentaciones personales en toda Latinoamérica, para poner distancia entre
ambos. Doña Jimena fue finalmente interpretada por una sensacional Sofía Loren
en el esplendor de su belleza.
Regresó a la “Belle Époque” con “La Reina del Chantecler”
(1962) y “La Bella Lola” (1962). El
primero de ellos era la historia de la cupletista “Bella Charito”, que entre
canción y canción se ve involucrada en una infantil trama de espionaje de la
que participa la mismísima “Mata-Hari”. Como lo que importaba realmente eran
los tempestuosos amores de la estrella, tuvo dos galanes para ella sola. El
argentino Alberto Mendoza, en el papel de amante canalla, y el italiano Luigi
Giuliani, en el prototipo de galán angelical. Como era habitual en los dramas
de Sara, en castigo a tanta conducta pecaminosa acababa perdiendo a ambos. En
cuanto a “La Bella Lola”, fue la primera de las tres películas que rodó
contratada por los hermanos Balcázar y la única que obtuvo el éxito de sus
anteriores títulos. Era una versión más o menos confesada de “La Dama de las
Camelias”, donde interpreta a una especie de Margarita Gautier castiza que
sufría lo indecible por amor a su Armando y se convierte en la moribunda más
bella e inexpresiva de la historia del cine. A sus pies otro galán de
campanillas, el italiano Antonio Cifariello, cuya apostura robaba los corazones
de las jovencitas de la época.
“Noches de Casablanca” (1963), fue una pobrísima historia de espionaje
que rozaba el ridículo y era tan solo un pretexto para los amores y canciones
de la estrella, que lucía espectacular en números como “Tatuaje”, “Quizás,
quizás, quizás” “La vida en rosa” o la célebre “Bésame mucho”, que se
convertiría en uno de los títulos fundamentales de su repertorio. Mientras que “La
dama de Beirut” (1964), era un tremendo drama que abordaba “la trata de
blancas” de forma tan banal como increíble y en el que una vez más lo que
importaba era ver a la estrella haciendo el máximo tiempo posible de ella
misma, mientras una corte de galanes caía rendidos a sus pies. En esta ocasión
Sara contó con uno de los peores partenaires de toda su filmografía, el
italiano Giancarlo Del Duca, un actor bastante limitado que se convertiría en
uno de sus grandes amores hasta casi el final de sus días. Estos serían sus
últimos trabajos para los Balcázar y ambos pretendían dar cierto aire de
modernidad al barroco personaje de la estrella, insuflándole un tinte
cosmopolita que no funcionó de cara a la taquilla tan bien como sus anteriores
vehículos. Lo mismo sucedería con “Samba” (1964), filme dirigido por Rafael Gil
con exteriores en Brasil y un presupuesto que superaba los treinta millones de
pesetas, sin que tanto derroche de medios lograra levantar la mediocridad de una
historia pueril con tintes de novela policiaca por entregas, con el mercado
negro de diamantes como excusa y en la que la estrella se veía inmersa en una
trama de dobles identidades, mientras canta temas del folclore local con las
playas de Copacabana, Bahía y el carnaval brasileño como fondo… (continuará)
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