Esta película supuso la despedida cinematográfica de uno de los
mayores mitos que ha dado la pantalla española, la superestrella por
antonomasia Sara Montiel. A mediados de los años setenta del pasado siglo con
el país a punto de vivir la transición más importante de su historia reciente, tanto
política, como social y culturalmente se avecinaban tiempos de cambio en todos
los sentidos y el cine tantas veces reflejo de los gustos y corrientes
subyacentes en el sentimiento popular estaba sufriendo una profunda
transformación tanto en estilo como en contenido, volviéndose más comprometido
y adulto por un lado y más desinhibido y liberal por otro. Los españoles tras interminables
años de represión, estaban deseosos de ver todo aquello que se les había negado
durante décadas y la recién llegada permisividad hizo que la pantalla se
llenase de sexo y desnudos, la mayoría de las veces sin justificación alguna,
saciando el ansia que la castración de la censura había propiciado durante toda
la dictadura franquista. Esta situación terminó de barrer las viejas fórmulas
estéticas e ideológicas que se verían relegadas por los inevitables aires de
cambio.
En este contexto se produce esta comedia dirigida por un
especialista en el género y uno de los realizadores más prolíficos de nuestro
cine, el catalán Pedro Lazaga. Se trataba de dar una vuelta al arquetipo
cinematográfico de la Montiel, algo que la actriz llevaba intentando desde
hacía algunos años con el ánimo de evolucionar su personaje sin conseguirlo
completamente, ya que tanto su público como el estilo que le había encumbrado
tenían una fórmula basada en el romanticismo cursilón, la pasión frustrada y la
inocente picardía difíciles de adaptar a los nuevos tiempos, por lo que el
filme se mueve continuamente entre lo viejo y lo nuevo, entre las concesiones a
la nostalgia presentes sobre todo en la parte musical y la comedia picante y
desenfadada propia los setenta, algo que no termina de funcionar completamente.
Este es el único papel de tintes cómicos que interpretó Sara a partir de su
revelación estelar, ya que desde “El último cuplé” sus películas siempre se
habían desarrollado entre ambientes decimonónicos y melodramas musicales que rozaban
continuamente el folletín. Esto se nota en el resultado final de la película.
Aunque Sara sigue manteniendo una parte importante de su atractivo y magnetismo
se hace muy patente que su estilo queda demasiado antiguo dentro de un contexto
que se pretende moderno sin llegar a serlo, de hecho se juega con la dicotomía
del doble papel (madre e hija) para que la estrella interprete una historia que
se desarrolla en los años treinta, dejando la parte más contemporánea como un
simple apunte de la primera.
El reparto es sin embargo excepcional. Arropando a la protagonista
nos encontramos un plantel de magníficos actores, entre los que se encuentra
Manolo Zarzo, Craig Hill, Rafael Arcos, Manuel Tejada y Ricardo Merino, “las
cinco almohadas” que ponen como en tantas películas de la época su capacidad al
servicio de una obra mediocre que consiguen levantar con su talento
interpretativo. La parte musical, como en todas las películas de la Montiel,
está bastante cuidada y forma parte de lo más interesante de la cinta. Una vez
más la protagonista se sirve media docena de melodías famosas que se mueven en
este caso entre la copla y la revista. Pedro Lazaga pretende imprimir un aire
más moderno a los números musicales tanto en su puesta en escena como en el
montaje sin desproveerlos de la personalidad típica de los vehículos de la
estrella, donde los primeros y medios planos forman parte del estilo Montiel. Los
números interpretados por Sara en la película son la zambra “María de la O”, el
pasodoble “Luna de España”, el cuplé “Yo seré la tentación”, el tango “Noche de
locura” y las canciones “Míreme Señor” y “Pobrecita yo” correspondientes a la
revista “Las dos Virginias”, estrenada en 1955 por la vedette Virginia Matos.
Resulta extraño que los temas de la película no fueran recogidos en disco como
venía siendo habitual en los filmes de la estrella, lo que indica la poca
confianza con que fue acogido el proyecto.
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