jueves, 6 de julio de 2023

“Cinco almohadas para una noche” (1974) Pedro Lazaga

 

Esta película supuso la despedida cinematográfica de uno de los mayores mitos que ha dado la pantalla española, la superestrella por antonomasia Sara Montiel. A mediados de los años setenta del pasado siglo con el país a punto de vivir la transición más importante de su historia reciente, tanto política, como social y culturalmente se avecinaban tiempos de cambio en todos los sentidos y el cine tantas veces reflejo de los gustos y corrientes subyacentes en el sentimiento popular estaba sufriendo una profunda transformación tanto en estilo como en contenido, volviéndose más comprometido y adulto por un lado y más desinhibido y liberal por otro. Los españoles tras interminables años de represión, estaban deseosos de ver todo aquello que se les había negado durante décadas y la recién llegada permisividad hizo que la pantalla se llenase de sexo y desnudos, la mayoría de las veces sin justificación alguna, saciando el ansia que la castración de la censura había propiciado durante toda la dictadura franquista. Esta situación terminó de barrer las viejas fórmulas estéticas e ideológicas que se verían relegadas por los inevitables aires de cambio.

En este contexto se produce esta comedia dirigida por un especialista en el género y uno de los realizadores más prolíficos de nuestro cine, el catalán Pedro Lazaga. Se trataba de dar una vuelta al arquetipo cinematográfico de la Montiel, algo que la actriz llevaba intentando desde hacía algunos años con el ánimo de evolucionar su personaje sin conseguirlo completamente, ya que tanto su público como el estilo que le había encumbrado tenían una fórmula basada en el romanticismo cursilón, la pasión frustrada y la inocente picardía difíciles de adaptar a los nuevos tiempos, por lo que el filme se mueve continuamente entre lo viejo y lo nuevo, entre las concesiones a la nostalgia presentes sobre todo en la parte musical y la comedia picante y desenfadada propia los setenta, algo que no termina de funcionar completamente. Este es el único papel de tintes cómicos que interpretó Sara a partir de su revelación estelar, ya que desde “El último cuplé” sus películas siempre se habían desarrollado entre ambientes decimonónicos y melodramas musicales que rozaban continuamente el folletín. Esto se nota en el resultado final de la película. Aunque Sara sigue manteniendo una parte importante de su atractivo y magnetismo se hace muy patente que su estilo queda demasiado antiguo dentro de un contexto que se pretende moderno sin llegar a serlo, de hecho se juega con la dicotomía del doble papel (madre e hija) para que la estrella interprete una historia que se desarrolla en los años treinta, dejando la parte más contemporánea como un simple apunte de la primera. 

El reparto es sin embargo excepcional. Arropando a la protagonista nos encontramos un plantel de magníficos actores, entre los que se encuentra Manolo Zarzo, Craig Hill, Rafael Arcos, Manuel Tejada y Ricardo Merino, “las cinco almohadas” que ponen como en tantas películas de la época su capacidad al servicio de una obra mediocre que consiguen levantar con su talento interpretativo. La parte musical, como en todas las películas de la Montiel, está bastante cuidada y forma parte de lo más interesante de la cinta. Una vez más la protagonista se sirve media docena de melodías famosas que se mueven en este caso entre la copla y la revista. Pedro Lazaga pretende imprimir un aire más moderno a los números musicales tanto en su puesta en escena como en el montaje sin desproveerlos de la personalidad típica de los vehículos de la estrella, donde los primeros y medios planos forman parte del estilo Montiel. Los números interpretados por Sara en la película son la zambra “María de la O”, el pasodoble “Luna de España”, el cuplé “Yo seré la tentación”, el tango “Noche de locura” y las canciones “Míreme Señor” y “Pobrecita yo” correspondientes a la revista “Las dos Virginias”, estrenada en 1955 por la vedette Virginia Matos. Resulta extraño que los temas de la película no fueran recogidos en disco como venía siendo habitual en los filmes de la estrella, lo que indica la poca confianza con que fue acogido el proyecto.

Tras esta experiencia fallida Sara decide abandonar el cine que tanto amaba para centrar a partir de entonces su carrera en los escenarios y la televisión. El motivo según explicaba la propia artista fue que todos los guiones que recibía eran historias intrascendentes en las que lo único que importaba era su exhibición física en algún plano de la película viniera o no a cuento. Lo cierto es que los 46 años de la actriz hacían complicada la continuidad de su personaje en el cine, dada la dificultad de encarnar con igual éxito otro tipo de roles. No obstante durante años se estuvo especulando con su regreso a la pantalla como protagonista de diferentes proyectos. Su paisano Pedro Almodovar intentó en diferentes ocasiones convencerla para intervenir en alguna de sus películas, pero la Montiel decidió dar por cerrada una etapa en la que había sido única y dejar latente su mito y brillo de estrella imperecedera.