jueves, 10 de mayo de 2018

"La Lola se va a los puertos" (1947) Juan de Orduña





Esta adaptación a la pantalla de la popular obra de los hermanos Machado, fue uno de los más importantes taquillazos del cine español de los años cuarenta, convirtiendo a su protagonista, Juanita Reina, en una de las estrellas indiscutibles del celuloide folklórico. Desde la semirretirada de Imperio Argentina, que fue la primera opción de Orduña para el papel, y Estrellita Castro el musical patrio se encontraba yermo de figuras cinematográficas y la Reina brilló en estos años ocupando el espacio que habían dejado huérfano estas importantes figuras,  a la espera del nuevo filón generacional que comenzaría a despuntar a finales de la década de los cuarenta en el rostro y la voz de Carmen Sevilla, Lola Flores y Paquita Rico, las tres principales estrellas que darían impulso al género prácticamente hasta su desaparición como fenómeno de producción masiva en la pantalla.




A pesar de ciertas reticencias iniciales, ya que la actriz contaba tan solo 25 años cuando la protagonista de la obra es una mujer entrada en la cuarentena, Juanita es el alma de la película y Orduña con su intuición y sabiduría para fabricar luminarias sabe fotografiarla y rodearla de una aureola mítica, que la convierte en representante de la copla errante y el sentimiento de un pueblo, que busca reivindicar en el lamento de sus notas la emoción de su alma poética y apasionada. De todo ello da habida cuenta el fantástico plano final, en el que el rostro de la protagonista se funde con las olas de un mar agitado a los acordes de “Una cantaora”, una de las mejores creaciones de León y Quiroga, mientras una voz en off (el propio Orduña) recita los célebres versos de los Machado que dimensionan su figura introduciéndola en la leyenda:

                               “Ni una, ni uno,

                               Cantaora o cantaor,

                               Ni los vivos ni los muertos,

                               Cantó una copla mejor

                               Que la Lola…

                               Esa que se va a los Puertos

                               Dejando la Isla sola.”

La película fue concebida como una producción de altos vuelos, contando con unos medios importantes para aquellos años de postguerra. El propio Orduña ejerció el papel de productor junto a su protagonista, aunque la cinta sería distribuida por Cifesa, que era la compañía cinematográfica española más importante de la época, lo que garantizo su exhibición en todas las salas del territorio nacional con enorme éxito. Sin duda una parte importantísima del mismo se debe a las canciones del filme que en la voz “de oro” de Juanita Reina adquirieron una inmediata popularidad refrendada en los espectáculos de la estrella sevillana. Entre las mismas se encuentra el celebérrimo pasodoble “Francisco Alegre” un de los puntales del repertorio de la artista y de la copla en general.




Acompañando el protagonismo absoluto de la tonadillera se encuentran algunos de los actores más importantes del momento. Manuel Luna como el sobrio y fiel Heredia, Jesús Tordesillas  y Ricardo Acero como el padre y el hijo en disputa por los amores de Lola y Nani Fdez como la remilgada Rosario, prometida del galán y contrapunto del temperamento espontáneo y saleroso de la protagonista que desencadena el drama. Como anécdota reseñar que en un pequeño papel de figurante se puede vislumbrar a un jovencísimo Paco Rabal, que iniciaba por entonces su andadura profesional.




Esta “Lola” es por tanto un ejemplo muy digno de cine folklórico que sentaría muchas de las bases del género tras la guerra civil, periodo en el que el cine musical se acartonó perdiendo parte de la frescura y dinamismo de los títulos rodados a principios de los años treinta por Florián Rey o Benito Perojo entre otros. Parece ser que el propio Orduña tuvo en mente durante años realizar una nueva versión en color del asunto, que le ofrecería inicialmente a una madura Juanita Reina en un momento mucho más acorde para interpretar el personaje y posteriormente a una Sara Montiel ya en su declive como estrella de cine a finales de los años 60, pero de un modo u otro el proyecto nunca llegó a ver la luz. No sería hasta 1993 que la obra fuese llevada de nuevo a la pantalla bajo la dirección de Josefina Molina, que realizaría una adaptación mucho más fiel a la versión de los Machado para mayor gloria de la inolvidable Rocío Jurado, en la que un magnífico Paco Rabal, figurante en la película de los años cuarenta, interpretaba el papel del hacendado Don Diego, como si la magia del cine hiciera de algún modo un guiño uniendo presente y pasado.




Un título clave en la filmografía de Juan de Orduña y ocasión de entender un modo de hacer cine de uno de los directores que más éxitos dio a la historia de nuestro cine, a la par que uno de los más controvertidos e injustamente vilipendiados con el paso del tiempo, cuya obra merece una sincera revisión.